“¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! El mundo no nos conoce, precisamente porque no lo conoció a él» (1 Juan 3:1).
Es uno de los momentos más inolvidables de la primera película de La guerra de las galaxias (Una nueva esperanza). Las tropas de asalto imperiales están a punto de robar a R2-D2 y a C-3PO cuando Obi-Wan Kenobi revela que sus poderes de Jedi le permiten controlar las mentes. Cuando transmite mentalmente este mensaje a las tropas, estas ignoran a los fugitivos y siguen sus asuntos. ¿Y si tú tuvieras ese mismo poder? ¿Lo usarías con las personas te rodean? Podrías manipular la mente de tu papá, diciéndole: «Tienes un gran deseo de duplicar la cantidad de dinero que tengo en el bolsillo». En el colegio, podrías convencer al profesor: «Usted no querrá castigarme por poner una tachuela en su silla».
Si tu control de pensamiento es lo suficientemente grande, hasta podrías convencer a otros jugadores de baloncesto de pasarte la pelota de tanto en tanto.
Esta es otra idea: ¿tratarías de hacer que quien te gusta se fije en ti? Sería como esas pociones de amor de los cuentos de hadas. Sin embargo, da la impresión de que hay algo en todo esto que no está bien.
¿Has notado que Dios, quien realmente tiene el poder de controlar nuestra mente no usa ese poder? Él podría modificar nuestros pensamientos para que lo amemos y siempre le obedezcamos, pero no lo hace. Forzar a alguien a amarte no es amor de verdad. Debes tenerlo muy claro.
Dios quiere que nuestro afecto hacia Él surja de una relación verdadera con Él y del aprecio por todo lo que hace en nuestra vida. Eso es lo que quiere.
Cualquier otra cosa no es el amor que está buscando. Kim