Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero, y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová y para los que piensan en su nombre. Malaquías 3: 16
Aunque leo diariamente la Biblia, nunca había leído cuidadosamente las palabras de nuestro texto de hoy. Tiene muchas connotaciones importantes para los cristianos. Malaquías presenta un mensaje de esperanza y consuelo para los que son fieles a Dios. El profeta alienta a los que se esforzaban por hacer lo correcto con el pensamiento de que Dios anota cuidadosamente y recuerda el servicio consagrado de los suyos.
Quisiera detenerme hoy en el concepto del Dios que todo lo oye. ¿Qué deberíamos pensar ante esta realidad? En primer lugar, cuando reconocemos que hay un Dios que escucha absolutamente todo lo que decimos, inmediatamente queda afectado todo lo que expresamos con nuestros labios. Desde la verdad más clara hasta las medias verdades y las inferencias maliciosas. ¿Has dicho algo negativo de tu prójimo? ¿Qué tal la reverencia hacia Dios? ¿Sostienes conversaciones de las que te abstendrías si Dios estuviera presente? ¿Y las reflexiones que llegas a expresar con palabras? Aunque no se oigan, también ellas son «conversaciones» y «palabras» que Dios escucha; somos responsables de ellas. ¿Son buenas? ¿Hay algún problema en que Dios las escuche? Quizá creas que ha llegado el momento de realizar cambios en tus conversaciones. Hazlos inmediatamente, porque estás al servicio del Dios que todo lo oye.
En segundo lugar, deberías procurar relacionarte con personas que sean temerosas de Dios. De otra manera, ¿cómo podrías andar en «santas y pías conversaciones»? Recuerda que «las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres» (1 Cor. 15: 33). ¿Quiénes son tus amistades? Si buscas a alguien temeroso de Dios para que sea tu amigo, tu esposo, tu novio o tu novia, se evitarás muchos problemas.
En tercer lugar, ten cuidado, porque, al parecer, a veces nuestras palabras se convierten en oraciones sin saberlo. Además, nuestras palabras tienen efecto reflejo sobre nosotros. Encima, parece que las palabras del lenguaje humano se prestan más para expresar la mentira que la verdad. Si hablamos mucho, va quedando un residuo de falsedad del cual no somos conscientes, pero del que somos responsables. ¡Cuánto cuidado deberíamos tener con nuestras palabras! Nuestro Señor dijo: «De toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio» (Mat. 12: 36).
Procura que todo lo que digas hoy sea digno de que Dios lo escuche.
Tomado de: Lecturas Devocionales Familiares 2020 «Siempre Gozosos: Experimentando el amor de Dios» Por: Juan O Perla Colaboradores: José Luc & Silvia García