Ustedes saben el camino que lleva a donde yo voy. Juan 14:4.
Era una noche nublada y fría, y necesitaba ir al aeropuerto para recoger a mi esposo. El aeropuerto estaba a 20 kilómetros de mi casa, así que me llevé a mis dos hijos, que estaban pequeñitos, los coloqué en sus sillitas y me di a la tarea de manejar por las calles de Tegucigalpa que, en muchas ocasiones, son verdaderos laberintos que hay que memorizar. La noche había avanzado y la vista comenzaba a fallarme cuando, de pronto, la mala combinación de mi temor interno y la poca visibilidad externa me hizo meterme por el lugar equivocado. Me sentí agobiada.
Pensando que iba mal de tiempo, tomé la decisión de conducir más rápido, pero en esa rapidez hice varios giros fallidos que me llevaron a perderme cada vez más. No veía nada que me indicara que estaba cerca de la carretera del aeropuerto. Perdida y sin saber qué hacer, decidí estacionarme en un centro comercial y comencé a orar. Al terminar mi oración, un hombre alto y elegante se bajó de su lujoso auto y se dirigió hacia mí.
‑Hola, ¿necesita ayuda? ‑me preguntó.
‑Sí ‑le conteste‑, tengo que ir al aeropuerto.
Como si supiera que no bastaría con que me diera indicaciones, me dijo:
‑¡Sígame!
Yo lo seguí con gran confianza y cuando estábamos a punto de llegar al aeropuerto él extendió su mano por la ventanilla para decirme adiós. Siempre he pensado que era un ángel que me envió el Padre celestial en mi momento de angustia.
No siempre, en la vida, transitamos por el camino correcto, ese que lleva adonde Jesús está. Cuando nos damos cuenta de que nos hemos perdido, necesitamos la ayuda idónea, que comienza con escudriñar las Escrituras y continúa con suplicar la intervención divina. Lamentaciones 3:40 nos invita: «Reflexionemos seriamente en nuestra conducta, y volvamos nuevamente al Señor». Y esa es la invitación que te hago en esta mañana: a reflexionar seriamente en el camino que estás transitando y, si te das cuenta de que se ha alejado del Señor, dar un giro y recalcular.
«¡Yo salvo al que permanece en mi camino!», nos dice Dios (Sal. 50:23). Y la salvación ha de ser la prioridad de nuestras vidas. Por eso, mi oración para ti y para mí es: «Afirma mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen» (Sal. 17:5, RV95). Amén.