Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. ISAÍAS 26: 3
¡Qué maravilloso mensaje nos envía el Señor hoy a través del profeta Isaías! Es una medicina para todos los que, al levantarse por la mañana, se estresan al pensar en todas las tareas y responsabilidades que les esperan durante el día.
El Señor les dice: «En la serenidad y la confianza está tu fuerza». Siempre que recuerdes la presencia de Dios y su disposición a ayudarte, te sorprenderás de la rapidez con que tus cargas se tornan livianas, tus pesares se disipan, tus tinieblas se despejan, tu ansiedad se convierte en tranquilidad, y desaparecen tu fatiga y tu tensión.
La ansiedad, la impaciencia y la frustración que producen las presiones de la vida diaria son el fruto del olvido de Dios. Cuando, en nuestras angustias, preguntamos: «¿Dónde estás, Dios mío?», la respuesta no es que nuestro Padre celestial nos haya abandonado, sino que lo hemos perdido de vista. Solamente el recuerdo constante de su promesa, «He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo», nos librará de todas esas cargas y de esos sentimientos negativos. Todo lo que necesitamos es cultivar la creencia firme de que Dios está siempre con nosotros.
El doctor Frank Laubach aprendió a ser consciente de la presencia de Dios disciplinando sus pensamientos para pensar en él una vez por minuto. Llamó a esta disciplina el «juego de los minutos». Jakob Bilme, un religioso de finales del siglo XVI y comienzo del XVII, también se refirió a una práctica que involucraba una conciencia casi continua de la presencia de Dios: «Si te arrojas una vez cada hora a la misericordia de Dios, recibirás poder para gobernar sobre la muerte y el pecado».
En un libro sobre la disciplina espiritual leí acerca de la importancia de practicar el concepto de la presencia de Dios. Uno de los consejos para lograrlo, decía: «Siempre que conduzca su coche y se encuentre con la luz roja del semáforo, en lugar de disgustarse, véalo como una oportunidad para elevar una oración».
El piloto del avión se mantiene en comunicación constante con la torre de control. Así mantiene fielmente su ruta, sin desviarse en ningún sentido. A través de esta comunicación con el controlador del tráfico aéreo, recibe instrucciones e informa de su posición. Sabe que si la torre pierde contacto con él, se encenderá la alarma y que él y sus pasajeros estarían en peligro.
¿No te parece maravilloso comunicarte constantemente con la torre de control celestial? Es tan sencillo como elevar una oración o repetir un versículo de memoria.
Tomado de: Lecturas Devocionales Familiares 2020 «Siempre Gozosos: Experimentando el amor de Dios» Por: Juan O Perla Colaboradores: José Luc & Silvia García