«Aunque Cristo siempre fue igual a Dios, no insistió en esa igualdad. Al contrario, renunció a esa igualdad, y se hizo igual a nosotros, haciéndose esclavo de todos. Como hombre, se humilló a sí mismo y obedeció a Dios hasta la muerte: ¡Murió clavado en una cruz! Por eso Dios le otorgó el más alto privilegio, y le dio el más importante de todos los nombres, para que ante él se arrodillen todos los que están en el cielo, y los que están en la tierra, y los que están debajo de la tierra». Filipenses 2: 6-10, TLA
JESÚS LLEVABA EL PESO aterrador de la responsabilidad por la salvación de la humanidad. El sabía que a menos que se produjera un cambio radical en los principios y propósitos de la especie humana, todo se perdería. Tal era la carga de su alma, y nadie podía apreciar el peso que descansaba sobre él. En la niñez, en la juventud y en la edad viril, anduvo solo. Sin embargo, era estar en el cielo hallarse en su presencia. Día tras día hacía frente a pruebas y tentaciones; día tras día se hallaba en contacto con el mal, y presenciaba su poder sobre aquellos a quienes él trataba de bendecir y salvar. Sin embargo, no desmayaba ni se desalentaba.
Jesús ponía en todo sus deseos en estricta conformidad con su misión. Glorificaba su vida subordinando todo en ella a la voluntad de su Padre. Cuando, en la niñez, su madre, encontrándolo en la escuela de los rabinos, dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» (Luc. 2: 48) él contestó —y su respuesta es la nota descollante de la obra de toda su vida— « ¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Luc. 2: 49, LPH).— Obreros evangélicos, cap. 6, p. 42.
La misma devoción, la misma consagración, la misma sujeción a los requisitos de la Palabra de Dios, que eran manifiestas en Cristo, deben verse en sus siervos. El dejó su hogar de seguridad y paz, dejó la gloria que tenía con el Padre antes que el mundo fuese, dejó su puesto en el trono del universo, y sufrió, como varón de dolores, toda tentación; sufrió la soledad bañada en lágrimas, para regar con su sangre la semilla de vida para un mundo perdido.— Ibíd. , cap. 20, p. 116.
Devocional Vespertino Para 2020. «Conocer al Dios Verdadero» «PARA FAMILIARIZARNOS CON LO QUE DIOS ESPERA DE NOSOTROS» Por: Elena G. de White Colaboradores: Pilita Mariscal & Martha Gonzalez