«Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe» (Gál. 6:10).
Cuando mi hijo tenía tres años, me hacía pensar cosas como: ¿Cuánto debo dejarle de propina al camarero para que arregle el desastre que acaba de dejar mi hijo? O: ¿De dónde sale toda esta baba? También me hizo reflexionar bastante cuando comenzó a orar. Una de sus primeras oraciones fue: «Querido Jesús, ayúdame a sentirme bien. Amén»
Bueno, debería señalar que esta no era una oración proveniente de un corazón cargado con el peso del mundo. ¿Mencioné que Reef tenía tres años? No tenía deudas en la tarjeta de crédito. No tenía problemas con una novia. Tenía más autitos de juguete que la misma juguetería. Honestamente, nunca jamás habría estado triste si su mamá le hubiera dejado comer más dulces.
Sin embargo, no estoy seguro de por qué, pero él decía que quería sentirse bien. Creo que todos queremos lo mismo. Deseamos sentirnos bien con nuestras calificaciones, con nuestras habilidades deportivas y con nuestro cabello. Hasta se ha montado toda una industria para satisfacer nuestra necesidad de sentirnos bien con nuestras uñas.
Entonces, ¿por qué no escuchamos esta oración más seguido? ¿Por qué no se levanta el primer anciano de la iglesia y ora: «Señor, algunos estamos deprimidos por nuestra edad y nerviosos por las oscilaciones en la bolsa de valores; a algunos nos duele la espalda y, personalmente, esos huevos revueltos que comí en el desayuno no me cayeron muy bien; podrías ayudarnos a sentirnos bien»?
Lo cierto es que sentirnos bien no siempre es un indicio de que las cosas importantes de la vida estén bien. Me sentí aliviado cuando Reef dejó de lado la oración de «sentirse bien» y comenzó a hacer pedidos más específicos. Una vez oró: «Querido Jesús, por favor, ayúdame a no mancharme la ropa cuando como». Así es, hijo, pensé para mis adentros. Y ya que pides milagros, ¿por qué no pides por el fin de las guerras y de la pobreza?
Así y todo, era un avance. Es mejor que nuestras oraciones se centren en ser buenos que en sentirnos bien. O sea, que se centren en pedirle a Jesús que nos aumente la fe cada día. Cuando vives una vida de dependencia de Cristo, sentirte bien es una consecuencia. Y no al revés. Kim