“El que aprende y pone en práctica lo aprendido, se estima a sí mismo y prospera”. (Proverbios 19: 8, DHH).
Hace varios años me tocó predicar en una congregación a la que asistía regularmente. En el sermón, trate de animar a los asistentes en cuanto a la importancia de alcanzar las metas en la vida y no conformarse con el sabor de la derrota: «Si no has terminado el bachillerato, ¡es hora de concluirlo! Si has dejado truncados tus estudios profesionales, ¿qué esperas para finalizar?». Y así fui mencionando ejemplos de superación que consideré importante para los creyentes. No obstante, a la semana siguiente, el predicador de turno pareció contradecir mis palabras: «¿Para qué queremos papelitos oficiales si cuando vayamos al cielo Dios no nos pedirán nada de eso? Nosotros no necesitamos nada de eso porque Dios nos ama como somos». Más adelante, hubo otro predicador que se ufanó de sus bajas calificaciones durante sus estudios, ya que, según él, estas no eran muy relevantes.
Vaya, vaya, a veces parece que no entendemos las funciones elementales de la educación. ¿Acaso vamos a la escuela para obtener un «papel» que nos acreditará con tal o cual grado académico? Pensar así es no comprender el sentido de la educación. Detrás del esfuerzo educativo esta la formación del carácter. Y eso si lo vamos a llevar al cielo. Vamos a la escuela a dar nuestro mayor esfuerzo porque estamos construyendo un carácter para la eternidad; no solamente lo construimos en la escuela, también en el trabajo, en el hogar, en el vecindario y en la iglesia. Por eso hay que aprender a dar lo mejor en el sitio donde nos encontremos, porque eso forma el carácter. Rasgos como la indolencia, la irresponsabilidad, el desinterés o la impuntualidad —los cuales pueden desarrollarse en la vida estudiantil— tienen un efecto desastroso en los diferentes ámbitos de la vida, incluyendo la experiencia espiritual.
Es importante que aprendas a dar lo mejor de ti allí donde te encuentres, ya sea en la escuela, el trabajo, la iglesia o los deportes. La actitud que asumes ante cada desafío revela tu carácter. La gente mediocre no valorara tus logros, al contrario, pretenderá denostarlos. Pero Dios reconocerá cada uno de los esfuerzos que hiciste para lograr el éxito.
Este día ruega al Padre celestial que te ayude a esforzarte al máximo en las pequeñas y grandes cosas de la vida, para así seguir construyendo un carácter para la eternidad.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Jóvenes 2020 «Una Nueva Versión de Ti» Por: Alejandro Medina Villarreal Colaboradores: Israel Esparza & Ulice Rodriguez