«Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas» (Prov. 3:6).
Cuando el primer motor se apagó, no se preocuparon demasiado. Estaban en un 747 de British Airways, con tres motores más para mantenerlos, en curso a 11,000 metros de altitud.
Era un vuelo nocturno normal hacia Australia, excepto por las descargas de electricidad estática brillantes alrededor del parabrisas. Los pilotos lo llamaban «fuego de San Telmo». Era poco común, pero no era de temer.
Lo que hizo que se les formara un nudo en el estómago fue el cambio de sonido cuando otro motor se apagó. Entonces, los últimos dos motores también se apagaron.
Los pilotos se miraron. Nadie había oído nunca que los cuatro motores de un avión hubieran fallado al mismo tiempo. Era de noche y estaban sobre el Océano índico. ¿Podrían planear hasta una isla? Sí, pero esa isla estaba rodeada por montañas de tres mil metros de altitud. Para cuando llegaran allí, lo más probable era que se estrellaran contra las montañas.
Mientras descendían cada vez más, el piloto hizo un anuncio: «Damas y caballeros, les habla su capitán. Tenemos un pequeño problema. Los cuatro motores se han apagado. Estamos haciendo todo lo posible para que vuelvan a funcionar. Confío en que no estén demasiado angustiados»
A pesar de la clásica moderación británica del piloto, los pasajeros sintieron el peligro. Un pasajero garabateó una nota para su madre en el revés de su boleto.
Nadie había aterrizado un 747 en el océano antes. ¿Sobrevivirían algunos pasajeros? El avión había perdido 7,000 metros de altitud cuando la tripulación logró volver a encender un motor. Pronto encendieron otro. Mientras maniobraban para hacer un aterrizaje de emergencia, descubrieron que no podían ver por el parabrisas. Usando sus instrumentos, aterrizaron a salvo en Indonesia.
¿Qué había sucedido? Los pilotos descubrieron que habían volado por una nube de cenizas que había arrojado un volcán. La ceniza había tapado los motores y rayado las ventanillas hasta que estaban tan nubladas como el vidrio esmerilado de la puerta de una ducha.
Como esa nube invisible de cenizas, hay muchos peligros en la vida que no podemos ver ni imaginar. Por eso oramos pidiendo la dirección de Dios. Solo camino para un aterrizaje feliz. Kim