«También se parece el reino de los cielos a un comerciante que andaba buscando perlas finas. Cuando encontró una de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró»
(Mat. 13:45, 46).
Frederic Tudor pensaba que tenía una gran idea para un negocio. En el siglo XIX había una sola manera de obtener hielo: lo cortabas de un estanque congelado. Si lo ponías en un granero con mucho heno como aislante, quizá todavía te quedaba suficiente para hacer helado el 4 de julio.
La idea de Fred era tomar esos bloques de hielo y enviarlos a lugares donde nunca habían visto hielo. Cuando tenía veintitrés años, cortó hielo de un estanque en la granja de su padre en Massachusetts y lo puso en un barco rumbo al Caribe. Cuando el periódico Boston Gazette escuchó sobre el plan, apenas podían contener la risa. «No es broma», escribieron. «Una embarcación partió hacia Martinica con un cargamento de hielo. Esperamos que esto no resulte ser una especulación resbaladiza».
Tardó un mes en llegar a la isla, y la mayoría del hielo se había derretido durante el viaje, que es lo que todos pensaron que sucedería. Pero quedaba un poco de hielo en la bodega del barco, y la gente se entusiasmó con la idea de usarlo para enfriar su limonada. Fred perdió dinero en ese primer envío. Sus siguientes envíos a Cuba también le hicieron perder dinero. El pobre muchacho incluso pasó algo de tiempo en prisión por no pagar sus deudas. Sin embargo, siguió trabajando en su idea, y descubrió que el hielo duraba más si lo cubría con aserrín en vez de con heno. Y finalmente, comenzó a ganar dinero con sus cargamentos a Cuba.
Entonces. Fred lo llevó al siguiente nivel. ¿Y enviarlo a la India? Con seguridad la gente querría algo de alivio del calor agobiante en ese país. Así que envió un barco con 180 toneladas de hielo hasta el otro lado del mundo, en un viaje que duró cuatro meses. Cuando se acercó al Ganges, muchos pensaron que era una broma, pero en el barco todavía había 100 toneladas sin derretir.
A la India le encantó el cargamento de hielo, y Fred se hizo millonario. Estaba contento de no haber permitido que hacer el ridículo lo desanimara. Siempre pensó que era una idea fresca, ¡Y tenía razón! Kim