Nosotros somos ciudadanos del cielo, y estamos esperando que del cielo venga el Salvador. Filipenses 3:20.
Me ha quedado grabado en la mente algo que sucedió cuando tenía cinco años, y me mostró el tipo de hostilidad con el que nos enfrentamos cada día. Sucedió un sábado después del culto. Cuando llegamos a casa, abrimos la puerta y… ¡¡¡todo estaba patas arriba!!! Era como si hubiera pasado un terremoto: nos habían robado. Durante nuestra ausencia habían entrado y causado daños que nos dejaron con un sabor amargo por mucho tiempo. Y esta es la triste realidad: mientras sigamos siendo ciudadanas de este mundo, seguiremos estando expuestas a todo lo negativo que genera el pecado.
Alfredo Quiñones es un ciudadano estadounidense que, antes de serlo, vivía en un humilde pueblecito mexicano, donde la pobreza alimentaba su deseo de ayudar a su familia. Con gran esfuerzo llegó a los Estados Unidos, donde trabajó a la par que estudiaba. Por fin logró su meta: ser neurocirujano. Para él, el sueño americano es poder retribuir un poco de lo que ha recibido, y en ello se esfuerza cada día. Se siente identificado con el país que le ha dado una mejor vida.
¿Y tú, con qué ciudadanía te sientes identificada? ¿Con tu país de nacimiento? ¿Tal vez con el que te ha acogido? ¿Piensas alguna vez en la patria celestial que te espera? La diferencia entre este mundo en el que vivimos ahora y el otro en el que viviremos después es abismal. Aquí, no hay más que encender la televisión para darnos cuenta de que este mundo está mal; allá, sin embargo, «todo está en perfecta armonía, en perfecto orden y en perfecta bienaventuranza. El cielo es un hogar donde la simpatía mora en cada corazón y es expresada en cada mirada. Allí reina el amor. No hay elementos desagradables, ni discordia o contenciones o guerra de palabras. El cielo es un hogar donde la simpatía mora en cada corazón y es expresada en cada mirada. Allí reina el amor. No hay elementos desagradables, ni discordia, contenciones o guerra de palabras. […] No hay allí tentador ni posibilidad de injusticia» (Eventos de los últimos días, cap. 20, p. 249).
Podemos sentirnos esta mañana parte del reino eterno; pensar, actuar, hablar y agradecer porque somos ciudadanas de un reino de paz.