¿Podrá cambiar el etíope su piel y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer el bien, estando habituados a hacer lo malo?. Jeremías 13:23.
Este versículo puede dejarnos con una sensación de desesperanza e indefensión, pues el texto, más o menos, dice: «Si tus hábitos erróneos son tan fijos como el color de la piel y el pelaje de hombres y bestias (determinados genéticamente), ¿te será posible cambiar tus malos rasgos arraigados por la fuerza el hábito? ¿Podrás acaso liberarte de tus adicciones?». Afortunadamente, cuando interpretamos el pasaje en su contexto, nos damos cuenta de que Dios es compasivo, amoroso y no nos deja sin esperanza. La situación del pueblo de Judá durante los años de Jeremías era de idolatría manifiesta. Jeremías, por instrucción divina, dedica varios capítulos a describir la condición pecaminosa, ya habitual, de Judá y su destino fatal casi inevitable, según confirma el texto de hoy. Pero pronto encontramos llamamientos cálidos y promesas reconfortantes: «Si te conviertes, yo te restauraré y estarás delante de mí […] pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová. Yo te libraré de la mano de los malos y te redimiré de la mano de los fuertes» (Jeremías 15:19-21). Y más adelante afirma: «Mas Jehová está conmigo como un poderoso gigante» (20:11).
La fuerza de los hábitos es colosal. Durante los años de mi escolaridad (J), asistí al Colegio San Ildefonso de Madrid y allí aprendí tanto doctrina como prácticas regulares de la tradición católica. Por ejemplo, todos los alumnos debíamos santiguarnos al pasar bajo una imagen de María que había en un lugar elevado de la escalera principal del edificio. Debí hacer varios miles señales de la cruz en ese preciso lugar porque el punto era paso obligado de un sitio a otro. Al salir del colegio, abrace la doctrina cristiana adventista y no volví a santiguarme más. Pero cuando varios años después regresé al colegio y caminé bajo aquella imagen, descubrí que mi mano derecha, casi por sí sola, se movía hacia mi frente para comenzar a santiguarme. Aún quedaban rastros de aquel hábito no practicado durante años y asociado a una creencia basada en imágenes que yo ya no aceptaba.
Pero, aunque la fuerza del hábito sea gigantesca, aun mayor es la fuerza del Señor Jesús y está a nuestro alcance si le permitimos que actúe en nuestra vida, aun cuando esté plagada de malos hábitos. Al mismo tiempo, cultivemos buenas obras sin desmayar: «No nos cansemos, pues, de hacer bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos» (Gálatas 6:9).
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2020 «Buena Medicina es el Corazón Alegre» Por: Julián Melgosa – Laura Fidanza.
Colaboradores: Ricardo Vela & Esther Jiménez