Entonces dijo David al filisteo: «Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado». 1 SAMUEL 17:45
Los niños se apasionan con el relato del enfrentamiento entre el joven David y el gigante Goliat. También los adultos nos maravillamos con el extraordinario relato, y somos proclives a extraer de la historia lecciones edificantes para nuestra vida espiritual. David se enfrentó a un temible enemigo prácticamente desarmado, sin espada ni armadura y sin experiencia de combate. Decidió pelear de manera ordinaria para ganar una victoria extraordinaria. Se cree que Goliat medía entre tres y cuatro metros de altura y que pesaba varios cientos de kilos. Tenía armas pesadas y su aterrador aspecto llenaba de terror los corazones de todo el ejército de Saúl. Según la lógica humana, David no estaba a la altura de semejante reto. El propio David comprendió de inmediato que, más allá de la evidencia física, aquella batalla era de naturaleza espiritual. Era una batalla entre Dios y Satanás, el enemigo de nuestras almas. Era una de las batallas del conflicto de los siglos.
En nuestra vida se presentan constantemente problemas y desafíos que, cual poderosos gigantes, parecen invencibles. Quizá el Goliat en tu vida venga en forma de un endeudamiento, la muerte de un ser querido, la salida del hogar de un hijo adolescente, la noticia de alguna enfermedad grave, una relación rota o la traición de un amigo. Saber cómo responder a estos problemas gigantescos es de importancia crítica para nuestro crecimiento espiritual. Dios no quiere que nos hundamos en la duda y la preocupación.
El Señor tiene un plan para desarrollar nuestra fe. Por eso a menudo nos permite afrontar la adversidad y desafíos de todo tipo. Dios «estira» nuestra fe y profundiza nuestra dependencia de él. Satanás, en cambio, procura hacernos sentir derrotados y desalentados. Trabaja en nuestras emociones tratando de hacernos creer que no somos dignos del amor y el afecto de Dios. Sin embargo, Satanás no puede derrotar el amor de Dios. El Señor no nos ama por lo que hacemos, sino por lo que su Hijo hizo por nosotros en la cruz del Calvario. No hay nada que podamos hacer para ser dignos del amor incondicional de Dios. Simplemente está ahí para que lo tomemos.
¿Enfrentas un inmenso problema hoy? Cualquiera que sea, haz lo que hizo David: Echa mano de la gran verdad de que Dios te ama con amor constante, te salgan las cosas bien o menos bien. Él no permitirá que experimentes la derrota. Pueda ser que pases momentos de fracaso y que la vida no siempre sea como la planeaste, pero al final Dios será glorificado y tú serás bendecido.
Tomado de: Lecturas Devocionales Familiares 2020 «Siempre Gozosos: Experimentando el amor de Dios» Por: Juan O Perla Colaboradores: José Luc & Silvia García