¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerlo, sois esclavos de aquel a quien obedecéis sea del pecado para muerte o sea de la obediencia para Justicia? Romanos 6:16.
En la antigua Roma se llamaba adictus a la persona que, habiendo adquirido elevadas deudas, no podía hacer frente a los pagos. Los acreedores llevaban al adictus a la plaza pública donde voceaban su nombre y el importe de la deuda por si algún pariente, amigo o ciudadano compasivo deseaba pagar el monto debido para liberar al deudor. Si transcurridos sesenta días nadie cancelaba la deuda, los acreedores adquirían el derecho de hacer esclavo al adictus, pudiendo venderlo o retenerlo para sus servicios. Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura en el año en 1990, dijo que «la drogadicción es una forma moderna de esclavitud» y por extensión podemos afirmar que cualquier forma de adicción, ya sea relacionada con una sustancia o una conducta, es una forma de esclavitud. Por supuesto, la servidumbre al pecado supone la peor esclavitud: la moral.
Pablo presenta en Romanos 6 una doble vertiente del concepto de esclavitud: ser esclavo del pecado cuyo fin es la muerte (vers. 16) y ser esclavo de la obediencia cuyo fin es la justicia (vers. 16) y la vida eterna (vers. 22). En un primer análisis, parece brusco declarar que el ser humano es esclavo, ya sea del pecado o de la obediencia a Dios. Sin embargo, el tema de la elección (Deuteronomio 30:19; Lucas 16:13) está presente a lo largo de las Escrituras; y todo ser humano escoge libremente. Ahora bien, una vez decidido a quién servir, los caminos son opuestos: uno acaba en la vida y el otro en perdición y muerte.
Cuenta la tradición que un noble del Imperio Romano acudió a la subasta de esclavos y se fijó en un joven fuerte y bien parecido por quien pujó de continuo. Aquel esclavo miraba al noble con un sentimiento de indefensión por verse víctima de un sistema injusto. En unos momentos, se imaginó los años de crueldad y abuso que le esperaban y experimentó una terrible sensación de odio y desesperanza por no poder ser libre jamás. Después de ultimar la compra, rico y esclavo, unidos por la cadena, se alejaron del mercado hasta alcanzar una zona apartada de la ciudad. Allí, el poderoso rompió la atadura y, mirándole con simpatía y gozo, exclamó:
‑Te he comprado para que seas libre. Puedes marcharte.
Perplejo el esclavo, recuperándose de la impresión y conmovido por el amor del noble, exclamó:
‑¡Señor! ¡hazme tu esclavo! ¡Te serviré el resto de mi vida!
¿Quién no quiere ser siervo del amante y compasivo Rey del universo?
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2020 «Buena Medicina es el Corazón Alegre» Por: Julián Melgosa – Laura Fidanza.
Colaboradores: Ricardo Vela & Esther Jiménez