Los que, en la medida de lo posible, se ocupan en la obra de hacer bien a otros, dándoles evidencias prácticas de su interés por ellos, no sólo están aliviando los males de la vida humana al ayudarles a llevar sus cargas, sino al mismo tiempo están contribuyendo en extenso grado a su propia salud de alma y cuerpo, El hacer bien es una obra que beneficia tanto al que da, como al que recibe. Si os olvidáis de vosotros mismos en vuestro interés por otros, ganáis una victoria sobre vuestras flaquezas. La satisfacción que sentiréis al hacer bien os ayudará grandemente a recuperar el estado saludable de la imaginación.
El placer de hacer bien anima la mente y hace vibrar todo el cuerpo. Mientras los rostros de las personas benévolas son iluminados por la alegría y expresan la elevación moral de la mente, los de las personas egoístas, mezquinas, tienen una expresión abatida, desanimada, melancólica. En sus rostros se ven sus defectos morales. El egoísmo y el amor propio estampan su sello peculiar en el hombre exterior.
La persona impulsada por una benevolencia verdadera, desinteresada, participa de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia; mientras que los egoístas y avaros han acariciado el egoísmo hasta el punto de haberles hecho marchitar sus simpatías sociales, y de hacer que sus rostros reflejen la imagen del enemigo caído más bien que la dela pureza y santidad.—Testimonios para la Iglesia 2:534.