Ana le pidió mucho a Dios tener un hijo, puesto que no tenía ninguno. Incluso prometió que se lo dedicaría a Dios. Finalmente, el bebé nació y fue llamado Samuel. Ana lo educó muy bien y, a muy corta edad, lo llevó a vivir al templo para que ayudara al sumo sacerdote Elí.
Samuel se levantaba temprano, abría las puertas del templo y aprendía de Elí a cuidar todas las cosas. Cada vez que su mamá iba a visitarlo, le llevaba ropa nueva. Desde muy joven, Dios llamó a Samuel para que fuera uno de sus profetas. Años más tarde, llegó a ser uno de los jueces de Israel y fundó escuelas para formar profetas.
¿Y yo?
Ana llevó al templo su más grande posesión -su propio hijo- para que sirviera a Dios.
Mi oración para hoy
Señor, así como Samuel, yo quiero aprender a servirte y obedecerte.
En la Biblia leemos:
«»Habla, que tu siervo escucha», contestó Samuel» (1 Samuel 3: 10)