“Presto esto el caballo para entrar en combate, pero la victoria está en manos del Señor» (Proverbios 21: 31).
En mayo de 1948, Luis Villarreal Ortega, mi abuelo, era el pastor de la Iglesia Adventista en Ciudad Obregón (Sonora, México), al noroeste del país. Guadalupe, su esposa, era una mujer sumamente comprometida con el ministerio de su marido y apoyaba todo tipo de actividades de la iglesia. Por aquel tiempo, salió a realizar la cuestación para la Asociación Civil Filantrópica y Educativa (nombre de la institución que gestionaba la obra social adventista en México) junto con una de sus hijas. Ambas mujeres decidieron ir a Navojoa, a unos setenta kilómetros al sur de su localidad, donde visitaron varios negocios solicitando ayuda para los más necesitados. Llegaron a casa del señor Francisco L. Byerly, un empresario de la región, para invitarlo a donar algo de dinero. El hombre las recibió amablemente y escucho la explicación de las damas. Sin embargo, no mostró gran interés en colaborar. Entonces, al percibir que el caballero no iba a darles nada, mi temeraria abuela frunció el ceño y miró fijamente a su interlocutor. De pronto, sacó su Biblia del bolso y comenzó a darle un estudio bíblico de la fe adventista en apretada síntesis. Don Francisco se quedó asombrado de la forma en la que aquella mujer describía el momento de la Segunda Venida de Jesús a este mundo. Finalmente, la abuela se despidió del hombre y le agradeció su atención. Después le comentó a mi tía: «No nos ha dado dinero, pero se ha quedado con el mensaje cristiano».
Un mes después de aquella visita, unos abogados fueron a buscar al pastor adventista de Ciudad Obregón. Le explicaron que el señor Byerly había quedado conmovido con la visita de unas mujeres que habían ido a pedirle un donativo para obras filantrópicas, además de explicarle doctrinas bíblicas. Así que el empresario había decidido donar cincuenta hectáreas en la región de El Sicome (Navojoa, México), edificios y equipo de agricultura para el establecimiento de una institución educativa, así como fondos para mantener la institución durante los primeros años. Mi abuelo no podía creer la que estaba escuchando. Así que de inmediato se comunicó con los líderes de la iglesia para informarles lo que estaba sucediendo. El proyecto entusiasmo tanto a los dirigentes adventistas que pronto se hicieron adaptaciones para que en septiembre de 1948 la Escuela Agrícola Industrial del Pacifico abriera sus puertas. En 1967 cambió su nombre a Colegio del Pacifico. Actualmente es la Universidad de Navojoa.
Los milagros del cielo pueden ocurrir en cualquier momento. A veces, solo falta un ingrediente humano para que las bendiciones de Dios sean derramadas: la perseverancia.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Jóvenes 2020 «Una Nueva Versión de Ti» Por: Alejandro Medina Villarreal Colaboradores: Israel Esparza & Ulice Rodriguez