Ni las riquezas, ni la alta posición social, ni el costoso atavío, ni suntuosos edificios ni mobiliarios se necesitan para el adelanto de la obra de Dios; ni tampoco hazañas que reciban aplauso de los hombres y fomenten la vanidad. La ostentación mundana, por imponente que sea, carece enteramente de valor a los ojos de Dios. Sobre lo visible y temporal, aprecia lo invisible y eterno. Lo primero tiene valor tan solo cuando expresa lo segundo. Las obras de arte más exquisitas no tienen belleza comparable con la del carácter, que es el fruto de la obra del Espíritu Santo en el alma…
Dios puede emplear a cada cual en la medida en que pueda poner su Espíritu en el templo del alma. Aceptará la obra que refleje su imagen. Sus discípulos han de llevar, como credenciales ante el mundo, las indelebles características de sus principios inmortales (El ministerio de curación, pp. 24, 25).
Espíritu Santo, su representante, es la mayor de todas sus dádivas. Todas las «buenas dádivas» quedan abarcadas en ésta. El Creador mismo no puede darnos cosa alguna que sea mejor ni mayor. Cuando suplicamos al Señor que se compadezca de nosotros en nuestras aflicciones y que nos guíe mediante su Espíritu Santo, no desoirá nuestra petición. Es posible que aun un padre se aleje de su hijo hambriento, pero Dios no podrá nunca rechazar el clamor del corazón menesteroso y anhelante. ¡Con qué ternura maravillosa describió su amor! A los que en días de tinieblas sientan que Dios no cuida de ellos, este es el mensaje del corazón del Padre: «Sion empero ha dicho: ¡Me ha abandonado Jehová, y el Señor se ha olvidado de mí! ¿Se olvidará acaso la mujer de su niño mamante, de modo que no tenga compasión del hijo de sus entrañas? ¡Aun las tales le pueden olvidar; mas no me olvidaré yo de ti! He aquí que sobre las palmas de mis manos te traigo esculpida». Isaías 49:14-16 (El discurso maestro de Jesucristo, p. 112),
La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debiera ser nuestra primera obra. Debe haber esfuerzos fervientes para obtener las bendiciones del Señor, no porque Dios no esté dispuesto a conferirnos sus bendiciones, sino porque no estamos preparados para recibirlas. Nuestro Padre celestial está más dispuesto a dar su Espíritu Santo a los que se lo piden que los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos. Sin embargo, mediante la confesión, la humillación, el arrepentimiento y la oración ferviente nos corresponde cumplir con las condiciones en virtud de las cuales ha prometido Dios concedernos su bendición. Solo en respuesta a la oración debe esperarse un reavivamiento. Mientras la gente esté tan destituida del Espíritu Santo de Dios, no puede apreciar la predicación de la Palabra; pero cuando el poder del Espíritu toca su corazón, entonces no quedarán sin efecto los discursos presentados. Guiados por las enseñanzas de la Palabra de Dios, con la manifestación de su Espíritu, ejercitando un sano juicio, los que asisten a nuestras reuniones obtendrán una experiencia preciosa y, al volver a su hogar, estarán preparados para ejercer una influencia saludable (Mensajes selectos, t. 1, pp. 141, 142).
Notas de Ellen G. White para la Escuela Sabática 2020.
3er. trimestre 2020 “HACER AMIGOS PARA DIOS”
Lección 6: «POSIBILIDADES ILIMITADAS»
Colaboradores: Rosalyn Angulo & Esther Jiménez