«Háganlo todo sin quejas ni contiendas, para que sean intachables y puros, hijos de Dios sin culpa…» (Fil. 2:14, 15).
El otro día mi hijo se quejó de que sus medias eran muy ásperas. En serio. Eso es lo que dijo.
Sentí ganas de pararme y darle un discurso con voz de padre y todo: «Oye, hijo. No quiero escuchar ninguna queja, ¡porque vives como un rey! Hablemos sobre la instalación sanitaria dentro de la casa. Los reyes de la antigüedad hubiesen quedado boquiabiertos al ver un inodoro con tanque. Ellos no tenían más que un siervo con una pala. Nada de agua corriente. Y ningún jabón líquido con aroma a hadas del bosque.
«Los reyes ni se podían imaginar bañándose todos los días. Lo máximo que podían esperar era que las bacterias que causaban olor hoy se alimentaran de las bacterias que habían causado olor ayer.
«Y no quiero escuchar que te quejes nunca por la comida. En la época medieval, la gente estaba feliz de tener un plato de gachas… No, no estoy seguro de qué son las gachas.
«En ese entonces, los niños no rogaban ir a la juguetería a comprar el último juego de Legos. Encontraban una pila de piedras y se arreglaban con eso.
«Y otra cosa, no te quejes cuando te decimos que te cepilles los dientes. Deberías estar agradecido de que papá tiene cobertura médica para dentistas. Deberías estar agradecido por los cepillos de dientes eléctricos. ¡Hasta tienes hilo dental con sabor! En el pasado, tenías que sacarte el diente cuando tenías una caries. La gente a la que le quedaba un diente en la boca era afortunada. El resto tenía que mascar sus gachas con las encías. No, todavía no sé lo que son las gachas, pero estoy casi seguro de que se puede comer sin dientes.
«¿Tú piensas que esos campesinos trabajadores se quejaban de tener medias ásperas? Por supuesto que no. Tenían ropa interior de lana… sin dibujitos de personajes de Disney. ¡Y estaban agradecidos! Tú también deberías estar agradecido».
En realidad, no le dije eso; pero tenía ganas. Kim