Después oí la voz del Señor, que decía: «¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?» Entonces respondí yo: «Heme aquí, envíame a mí». Isaías 6:8
Al profeta Isaías se le permitió ver la plena majestad de Dios y escuchar el gran júbilo de la adoración celestial: » Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria» (Isa. 6: 3). La visión de Dios era tan pura y tan santa que Isaías tuvo la inmediata percepción de su propia pecaminosidad: «Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos» (Isa. 6: 5). No obstante, Dios respondió inmediatamente: «He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado» (Isa. 6: 7). Dios tenía un propósito al revelarse a Isaías. El Señor buscaba un mensajero que hiciera llegar su palabra al pueblo de Israel. » ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?» (Isa. 6: 8). Isaías contestó al instante: «Heme aquí, envíame a mí».
¿Cómo contestaríamos si se nos hiciera hoy la misma pregunta? Quizás pediríamos más detalles antes de comprometernos. Quizá exigiríamos saber adónde se nos enviaría. Es probable que pidiéramos que se nos diera una detallada descripción del empleo. Pero Isaías había experimentado la plena gloria de Dios. Había presenciado la perfección absoluta, y había reconocido su condición pecaminosa. Además, había recibido el perdón completo de su Padre amante. Con ese conocimiento de Aquel que le hacía la solicitud, Isaías solo tuvo una respuesta: «Heme aquí, envíame a mí» (Isa. 6: 8).
Isaías no imaginó que su respuesta implicaría sesenta años de arduo ministerio. No tenía la menor idea de las dificultades que su respuesta le produciría en toda su vida, especialmente en su vejez. Tampoco vislumbró el gozo imperecedero que sentiría toda su vida por caminar a diario en la presencia de Dios. Pero Isaías conocía a Aquel que hacía el llamamiento. Isaías reconocía esa dulce voz desde hacía mucho tiempo, y por eso no dudó en responder:
«Envíame a mí».
El Señor todavía está buscando adoradores que sometan su voluntad a la voluntad de Dios. El Señor quiere hacer a través de ti una obra similar a la que hizo con el ministerio de Isaías. Isaías estuvo dispuesto a pagar el precio. Hoy el Señor quiere enviar un mensaje. ¿Responderás tú? Él quiere que restaures matrimonios y alientes al desvalido. Pero esto ocurrirá solo si has sido tocado con el carbón del altar. ¿Lo has sido?
Tomado de: Lecturas Devocionales Familiares 2020 «Siempre Gozosos: Experimentando el amor de Dios» Por: Juan O Perla Colaboradores: José Luc & Silvia Garcia