El Espíritu Santo debe ser el agente divino para convencer de pecado. El agente divino presenta al orador los beneficios del sacrificio hecho en la cruz; y cuando la verdad es puesta en contacto con las almas presentes, Cristo las gana para sí, y obra para transformar su naturaleza. El Señor está listo a auxiliarnos en nuestras debilidades, a enseñar, a guiar, a inspirarnos ideas de origen celestial.
¡Cuán poco pueden hacer los hombres en la obra de salvar almas, y sin embargo, cuánto pueden hacer por medio de Cristo si están imbuidos de su Espíritu! El maestro humano no puede leer los corazones de sus oyentes, pero Jesús dispensa la gracia que toda alma necesita. Él comprende las posibilidades del hombre, su debilidad, y su fuerza. El Señor está obrando en el corazón humano, y un ministro puede ser para las almas que escuchan sus palabras un sabor de muerte para muerte, alejándolas de Cristo; o, si es consagrado y devoto, si desconfía de sí mismo y mira a Jesús, puede ser un sabor de vida para vida para las almas que ya están bajo el poder convincente del Espíritu Santo, y en cuyos corazones el Señor está preparando el camino para los mensajes que él ha dado al agente humano (Testimonios para los ministros, 144,145).
En obediencia a la palabra de su Maestro, los discípulos se congregaron en Jerusalén para aguardar el cumplimiento de la promesa de Dios. Allí pasaron diez días que dedicaron a escudriñar profundamente su corazón. Desecharon todas las divergencias y unánimes se acercaron unos a otros en compañerismo cristiano.
Al fin de los diez días, el Señor cumplió su promesa con un derramamiento maravilloso de su Espíritu. «Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados: y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen… Y se añadieron aquel día como tres mil personas». Hechos 2:2-4; 41.
«Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían». Marcos 16: 20. No obstante la fiera oposición que los discípulos encontraron, en poco tiempo el evangelio del reino fue proclamado en todas las partes habitadas de la tierra (Testimonios para la iglesia, t. 8, pp. 22, 23).
Notemos que el Espíritu fue derramado después que los discípulos hubieron llegado a la unidad perfecta, cuando ya no contendían por el puesto más elevado. Eran unánimes. Habían desechado todas las diferencias. Y el testimonio que se da de ellos después que les fue dado el Espíritu es el mismo. Notemos la expresión: «Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma…». Hechos 4:32. El Espíritu de Aquel que había muerto para que los pecadores vivieran animaba a toda la congregación de los creyentes (Testimonios para la iglesia, t. 8, pp. 27, 28).
Notas de Ellen G. White para la Escuela Sabática 2020.
3er. trimestre 2020 “HACER AMIGOS PARA DIOS”
Lección 5: «TESTIFICAR CON EL PODER DEL ESPÍRITU»
Colaboradores: Rosalyn Angulo & Esther Jiménez