Porque Dios es el Rey de toda la tierra; cantad con inteligencia. Salmo. 47:7, RV60.
Una mañana cálida, como cualquier otra mañana en la provincia de Alajuela, Costa Rica, me disponía yo a escribir esta reflexión que estás leyendo, con la idea clara del tema. Quería escribir sobre la alabanza. De pronto pasó por mi mente que este es un tema delicado, así que me dije: «Patricia, antes de escribir sobre la alabanza necesitas vivirla en tu vida de una manera real y profunda». Por eso decidí dejar de escribir durante varios días para dedicar el tiempo de reflexión exclusivamente a la alabanza. Fue lo mejor que pude hacer.
Pasé la primera mañana cantando al Señor y orando, con un profundo sentido de agradecimiento. Al llegar la tarde, debí interrumpir aquel maravilloso momento para ir a buscar a mi hija a la escuela. Grandes y oscuros nubarrones se dibujaban en el cielo, amenazando con un torrencial y típico aguacero alajuelense. De todos modos, salí corriendo en busca de mi pequeña y, con las prisas, me doblé un tobillo y me caí al suelo. Sentí un dolor bastante agudo, pero no quise detenerme en mi carrera. En todo ese proceso, fui consciente de que una sonrisa de oreja a oreja se dibujaba en mi cara. Era como si estuviera observando mi propio «infortunio» desde el espíritu de alabanza y agradecimiento que me habían acompañado en la mañana.
Al llegar al auto, descubrí que no tenía la llave, se me había perdido en la caída. Mi madre estaba esperándome dentro del auto, por eso pude entrar, pero no lo pude encender. Tuve que volver a la casa a buscar la llave de repuesto y empaparme bajo el aguacero. Sin embargo, por el camino, fui cantando. Al llegar a mi casa, no encontraba la llave de repuesto y entonces canté con más entusiasmo… hasta que la encontré. Lo más importante que noté esa tarde es que nada me frustró. Me dolía el tobillo, me dolían las rodillas de la caída, estaba empapada y muerta de frío, pero me sentía feliz, alabando y agradeciendo al Señor. La alabanza produjo en mí resultados increíbles ante las desilusiones del día.
La vida nos depara días y ambientes de tristeza. Jesús también los enfrentó. Y de él leemos: «Cuando la atmósfera que lo rodeaba era sombría a causa de las aflicciones, la oposición, la desconfianza o el temor opresivo, se oía su canto de fe» (La educación, cap. 17, p. 150). Que se oiga también el nuestro.