Cuando pensamos en la palabra «sacrificio», nada bonito ni agradable viene a nuestra mente. Pensamos enseguida en pérdida, dolor, abnegación o privación de algo. Sin embargo, esto no es necesariamente así. La palabra «sacrificio» proviene del latín sacro, que significa «sagrado», y facere, que significa «hacer». Es decir, que sacrificar es hacer algo sagrado, honrandolo. Este es el verdadero sentido del concepto; y es con este sentido que tiene sentido, valga la redundancia.
Si buscas la palabra «sacrificio» en el Diccionario de la lengua española, descubrirás dos acepciones que son las que quiero destacar en esta reflexión del día de hoy: «Ofrenda a una deidad en señal de homenaje. / Acto de abnegación inspirado por la vehemencia del amor». Resumido con mis palabras: hacer un homenaje a Dios por su gran amor a través de nuestra propia abnegación.
Hay un pasaje de la Biblia que resume muy bien el verdadero espíritu de sacrificio que se espera de nosotras hoy, y es Efesios 5:2: «Lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios» (NVI).
Si observamos en el Antiguo Testamento, los sacrificios eran ofrendas (animales o vegetales) que se presentaban al Señor como señal de adoración, gratitud o dedicación, así como para el perdón del pecado. Y todos ellos señalaban a Cristo, el Cordero que realmente quita el pecado del mundo y que se sacrificó en nuestro favor.
En Hebreos 13:15-16 leemos: «Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer el bien y de la ayuda mutua no os olvidéis, porque de tales sacrificios se agrada Dios» (RV95). «Sacrificio de alabanza», es decir, honrarlo con nuestra alabanza basada en un corazón lleno de gratitud. Una gratitud hacia lo que él sacrificó por nosotras, que es tan grande que nos lleva a sacrificarnos nosotras por los demás, para hacer el bien y ayudar a todo aquel que lo necesita.
El sacrificio que está a nuestro alcance es pasar a los demás la bendición que Dios nos ha dado a nosotras, poniendo al otro en primer lugar, así como Jesús nos puso a nosotros primero. Y dejar claro a todo el mundo que el motor de lo que hacemos es agradar a Cristo. Eso es alabarlo. Ese es el tipo de sacrificio que a él le agrada.