«De mi boca solo sale la verdad; mis labios aborrecen la mentira» (Proverbios 8: 7).
Después de su salida de Egipto, el pueblo de Israel había llegado a las fronteras de Canaán. Entonces, Moisés pidió a doce jóvenes que fueran a reconocer la tierra (Números 13: 18-20). Los espías recorrieron la tierra durante cuarenta días. A su regreso, trajeron un enorme racimo de uvas que testificaba sobre la abundancia de su nuevo hogar. Fue entonces cuando entregaron su informe: «Fuimos al país al que nos enviaste, ¡Y por cierto que allí abundan la leche y la miel! Aquí podéis ver sus frutos. Pero el pueblo que allí habita es poderoso, y sus ciudades son enormes y están fortificadas. Hasta vimos anaquitas [gigantes descendientes de Anac] allí» (Números 13: 27-28, CST).
Desesperado por el pesimismo de sus compañeros, Caleb los interrumpió: «Subamos, pues, y tomemos posesión de esa tierra, porque nosotros podremos más que ellos» (Números 13: 30). Pero, presa del desánimo, los espías insistieron: «La tierra que hemos explorado se traga a sus habitantes, y los hombres que allí vimos son enormes. ¡Hasta vimos anaquitas! Comparados con ellos, parecíamos langostas, y así nos veían ellos a nosotros» (Números 13: 31-33, CST). ¿Una tierra que traga a sus habitantes? ¿En verdad parecían langostas delante de los cananeos? Es evidente que estos muchachos tenían mucho miedo y entregaron un informe matizado con exageraciones para influir en los líderes del pueblo de Israel.
La mentira tiene cuatro formas primarias: el engaño, las verdades a medias, la adulación y la exageración. Para algunas personas exagerar puede parecer inofensivo, no obstante, es una forma de mentir y destruir los planes de Dios, como hicieron los espías. Además de ser un canal de falsedades, el exagerado pierde paulatinamente la credibilidad delante de los demás. Por eso, es mejor eliminar este mal hábito de la vida.
Las palabras son el vehículo para transmitir nuestros pensamientos. La lengua solo es el conducto. Así que, a través de nuestras palabras, revelamos quiénes somos. Por eso, «transitar hacia la madurez espiritual requiere que aprendamos a hablar las palabras correctas, en la época correcta y por la razón correcta» (Deborah Smith Pegues, Controla tu lengua en 30 días, Grand Rapids: Editorial Portavoz, 2007, edición Kindle). Como dijo el apóstol Pedro: «El que quiera amar la vida y llegar a ver días buenos, debe refrenar su lengua del mal, y sus labios no deben mentir» (1 Pedro 3: 10).
Ruega al Señor para que te ayude a que de tu boca solo salga la verdad.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Jóvenes 2020 «Una Nueva Versión de Ti» Por: Alejandro Medina Villarreal Colaboradores: Israel Esparza & Ulice Rodriguez