Una luz resplandecía en derredor de la tumba, pero el cuerpo de Jesús no estaba allí… Las mujeres temieron. Se dieron vuelta para huir, pero las palabras del ángel detuvieron sus pasos. «No temáis vosotras ‑les dijo‑; porque yo sé que buscáis a Jesús, que fue crucificado. No está aquí; porque ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id presto, decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos». Volvieron a mirar al interior del sepulcro y volvieron a oír las nuevas maravillosas. Otro ángel en forma humana estaba allí, y les dijo: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, mas ha resucitado: acordaos de lo que os habló, cuando aun estaba en Galilea, diciendo: Es menester que el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día.
¡Ha resucitado, ha resucitado! Las mujeres repiten las palabras vez tras vez. Ya no necesitan las especias para ungirle. El Salvador está vivo, y no muerto. Recuerdan ahora que cuando hablaba de su muerte, les dijo qué resucitaría. ¡Qué día es este para el mundo! Prestamente, las mujeres se apartaron del sepulcro y con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos (El Deseado de todas las gentes, pp. 732, 733).
Suponiendo María que se trataba del hortelano, le suplicó que si se había llevado a su Señor, le dijera en dónde lo había puesto para llevárselo ella. Entonces Jesús le habló con su propia voz celestial, diciendo: «¡María!» Ella reconoció el tono de aquella voz querida, y prestamente respondió: «¡Maestro!» con tal gozo que quiso abrazarlo. Pero Jesús le dijo: «No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre; a mi Dios y a vuestro Dios», Alegremente Se fue María a comunicar a los discípulos la buena nueva…
En esa ocasión no estaba presente Tomás, quien no quiso aceptar humildemente el relato de los demás discípulos, sino que con firme suficiencia declaró que no lo creería, a no ser que viera bien sus manos la señal de los clavos y pusiera su mano en el costado que atravesó la lanza. En esto denotó Tomás falta de confianza en sus hermanos: Si todos hubiesen de exigir las mismas pruebas, nadie recibiría ahora a Jesús ni creería en su resurrección. Pero Dios quería que cuantos no pudiesen ver ni oír por sí mismos al resucitado Salvador, recibieran el relato de los discípulos. No agradó a Dios la incredulidad de Tomás, Cuando Jesús volvió otra vez adonde estaban sus discípulos, hallábase Tomás con ellos, y al ver a Jesús, creyó… Entonces Tomás exclamó: «¡Señor mío, y Dios mío!» Pero Jesús le reprendió por su incredulidad, diciendo: «Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron» (Primeros escritos, pp. 186, 187).
Notas de Ellen G. White para la Escuela Sabática 2020.
3er. trimestre 2020 “HACER AMIGOS PARA DIOS”
Lección 2: «EL PODER DEL TESTIMONIO PERSONAL»
Colaboradores: Rosalyn Angulo & Esther Jiménez