Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor. 2 Corintios 3:18.
Durante la década del sesenta del siglo XX, el psicólogo canadiense Albert Bandura dirigió una serie de experimentos en la Universidad de Stanford con niños en edad preescolar que fueron expuestos a escenas de violencia. A una parte de los niños se les mostró una persona real, que agredía verbal y físicamente a una serie de juguetes entre los que se encontraba un muñeco grande de goma. Otro grupo de niños veía una filmación de la misma persona, realizando las mismas conductas agresivas; mientras que un tercer grupo de niños vio las mismas escenas, pero en dibujos animados. Finalmente, un cuarto grupo no fue expuesto a la percepción de escenas de violencia de ningún tipo. Seguidamente, cada uno de los niños pasó a una habitación donde había todo tipo de juguetes, entre los que se encontraba, por supuesto, el muñeco de goma. Como era de esperar, solamente los niños de los tres primeros grupos presentaron conductas agresivas imitando las imágenes que habían contemplado. Estos estudios ofrecieron algunas de las primeras pruebas que evidenciaban que la percepción de las conductas agresivas, en lugar de provocar un rechazo de las mismas, como se creía anteriormente, en realidad, las potenciaba.
Este es un principio que rige nuestra mente: aquello que observamos cambia nuestra forma ser. Aquello que contemplamos y admiramos pasa a ser imitado, aun sin que nos percatemos de ello. Por ejemplo, los jóvenes que admiran a un famoso cantante, un deportista o un actor de cine comienzan a adquirir sus gestos, actitudes, vestimenta o peinado.
Siendo que cada uno tiene la facultad de decidir qué cosas mirar y contemplar, es también responsable de aquello en lo que se transforma. Podemos elegir el resultado de nuestra forma de ser, cuando detenemos nuestra vista sobre aquello que admiramos. Contemplando el amor de Cristo, su justicia y misericordia seremos transformados a su imagen, por la acción del Espíritu Santo. Con justa razón, la Biblia señala: «A Jehová deben mirar los ojos de los hombres…» (Zacarías 9:1); y Dios mismo exhorta a cada uno, diciendo: «¡Mirad a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios y no hay otro!» (Isaías 45: 22).
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2020 «Buena Medicina es el Corazón Alegre» Por: Julián Melgosa – Laura Fidanza.
Colaboradores: Ricardo Vela & Esther Jiménez