Tú hiciste el cielo y lo más alto del cielo, y todas sus estrellas; tú hiciste la tierra y todo lo que hay en ella, los mares y todo lo que contienen. Tú das vida a todas las cosas». Nehemías 9:6.
En el capítulo 9 del libro de Nehemías se registra la oración de Esdras ante los israelitas; una oración muy completa y reveladora de cuál es el verdadero espíritu con el que hemos de acudir al Señor. ¿Qué te parece si observamos los pasos que sigue esa oración?
Primeramente, Esdras pidió perdón: «Reconocieron sus propios pecados» (vers. 2) y condujo a los presentes a arrepentirse. Dedicaron a esto nada más y nada menos que tres horas (vers. 3).
Posteriormente, Esdras comenzó a recordar todo lo bueno que había hecho Dios por su pueblo, a pesar de ser ellos rebeldes, murmuradores y quejicas. Recordó, por ejemplo, cómo el Señor había sacado a Abraham de Ur y había hecho con él una alianza, que el Señor cumplió al pie de la letra (vers. 7-8); cómo vio la aflicción de sus antepasados en Egipto, escuchó sus lamentos e hizo grandes milagros para libertarlos de la esclavitud, entre ellos partir el mar Rojo (vers. 9-12); cómo les dio los Diez Mandamientos y, a pesar de que lo ofendieron haciendo un becerro de oro para idolatrarlo y lo desobedecieron en diversas ocasiones, Dios los perdonó y les siguió mostrando el mismo amor paciente, tierno y compasivo; cómo los alimentó con pan del cielo y les dio de beber agua de la roca; cómo les dio la conquista de la tierra prometida…
¿Sabes? Generalmente nosotras le damos gracias al Señor por las cosas que hace en el presente, por lo que estamos viviendo en el momento concreto. Será que podríamos hacer repaso de cómo nos ha conducido hasta aquí y dedicar nuestra oración de hoy a darle las gracias por sus muchas intervenciones, tanto las que vimos como las que no? Toma un rato para meditar en lo que ha hecho Dios por ti desde que eras niña. Trata de recordar su providencia en tu adolescencia y juventud, y dale gracias infinitas por cada situación donde su mano ha actuado en tu favor. Porque «no tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada» (Eventos de los últimos días, p. 641).