¡Alabad a Jehová, invocad su nombre, dad a conocer sus obras entre los pueblos! ¡Cantadle, cantadle salmos! Hablad de todas sus maravillas. Salmos 105:1-2, RV95.
Los israelitas utilizaron el canto para alegrar su paso por el desierto. Moisés entonó un cántico de alabanza a Dios por la forma maravillosa en que los había liberado de la esclavitud. La tribu de Leví, que se mantuvo fiel a Dios mientras el resto de Israel construía y adoraba a un becerro de oro, fue apartada por el Señor para encargarse de las tareas sagradas, entre ellas, el servicio de canto en el templo. El Salmista invita al canto religioso una y otra vez a través de sus salmos… como ves, el concepto de la música como un ministerio, como una aportación a la alabanza religiosa, es tan antiguo como el Antiguo Testamento. Y no nos queda duda, al ver cómo se originó, de que adorar a Dios por medio de la música es bueno.
Ahora bien, hay que tener algo muy claro: la música que se interpreta para alabar a Dios debe estar centrada en Dios, no en el yo o en la congregación. El centro de lo que se canta (tanto al nivel de la letra como del estilo de la música) es el Señor. A quien se quiere agradar es a él (no a mí misma o a la gente que escucha para que tengan un concepto elevado de mis dones).
«¿Cómo se agrada a Dios? ¿Cómo saber que ve con buenos ojos lo que hacemos por él con la música? Para buscar una respuesta a esta pregunta, me gustaría usar una imagen de la vida cotidiana. Siempre que estamos a punto de hacer un regalo a alguien a quien amamos nuestro primer pensamiento es qué le gusta a esa persona, qué le agradaría. Por eso intentamos encontrar un regalo que se adapte a su personalidad. Eso mismo tendría que suceder con nuestros regalos musicales a Dios. Lo primero que tenemos que saber es quién es Dios, su carácter, sus atributos, de manera que nuestro regalo encaje al máximo posible con su personalidad. Nuestra música tendría que expresar todas las facetas del carácter de Dios: su santidad, su creatividad, su majestad y grandeza, su amor, su misericordia y su fidelidad. Nuestra música también tendría que ser una expresión de nuestro agradecimiento por esos aspectos de su carácter» (Lilianne Doukhan, En sintonía con Dios, p. 93).
Regálale a Dios tu alabanza por medio de la música.