Así pasa con la fe: por sí sola, es decir, si no se demuestra con hechos, es una cosa muerta. Santiago 2:17.
Una pequeña bebé había nacido con una pierna más larga que la otra, por lo que el médico le había dicho a la mamá que la niña cojearía el resto de su vida. Aquella noticia fue (como lo sería para toda madre) un mazazo. Llorando y orando al Señor, esa madre le hizo una promesa: «Si sanas a mi pequeña de tal modo que no tenga que pasar el resto de su vida cojeando, la dedicaré a tu servicio mediante el canto, y la consagraré como sierva para ti». Años más tarde se concretó el milagro, y esa mujer, fielmente, cumplió la promesa que le había hecho a Dios. Instruyó a su hija para que fuera sierva del Señor a través del canto, y le imprimió a su vida una verdadera actitud de agradecimiento y fe.
Tanto esa madre como su hija demostraron con hechos la fe que sentían. No era una fe muerta, sino una fe viva; es ese el tipo de fe que Dios quiere que tengamos, la que, por medio del agradecimiento, vive para dar. ¿Sabes? No todo el mundo que recibe un claro beneficio de parte de Dios responde a lo recibido con agradecimiento y consagración, ¿Recuerdas, por ejemplo, la historia de los diez leprosos de Lucas 17: 11-19?
De camino hacia Jerusalén, diez leprosos salieron al encuentro de Jesús y, quedándose a cierta distancia tal como exigía la ley, le gritaron: «¡Ten compasión de nosotros!». Jesús los mandó a presentarse a los sacerdotes y, «mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad». Su sanación dependía de que pusieran en práctica su fe, pues no sanaron en la presencia estática de Jesús, sino que tenían que tomar la decisión de partir hacia el templo para presentarse ante el sacerdote. Era necesario que actuaran por fe, y todos lo hicieron así.
Sin embargo, solo «uno de ellos, al verse limpio, regresó alabando a Dios a grandes voces, y se arrodilló delante de Jesús, inclinándose hasta el suelo para darle las gracias» (vers. 15-16). «Jesús dijo: «¿Acaso no eran diez los que quedaron limpios de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve?»» (vers. 17). Jesús deja claro, con esta pregunta, lo mucho que a Dios le agrada que seamos agradecidas y apreciemos las bondades que él tiene con nosotras.
Amiga, la fe se demuestra con hechos: aprecio, agradecimiento, obediencia… y sin esperar ser merecedoras de nada.