Las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento necesitan ser estudiadas diariamente. El estudiante que aprende constantemente los caminos y las obras de Dios recibe la sabiduría y el conocimiento de Dios. La Biblia ha de ser nuestra luz, nuestro educador. Cuando los jóvenes aprendan a creer que Dios envía el rocío, la lluvia y la luz del sol desde el cielo, haciendo prosperar la vegetación; cuando se den cuenta de que todas las bendiciones vienen de él y que se le debe agradecimiento y alabanza, serán inducidos a reconocer a Dios en todos sus caminos y a desempeñar con fidelidad sus deberes día tras día; Dios estará en todos sus pensamientos. . .
Muchos jóvenes, al hablar de la ciencia son sabios más allá de lo que está escrito; tratan de explicar los caminos y las obras de Dios con algo que responde a su comprensión finita; pero es todo un miserable fracaso. La verdadera ciencia y la inspiración están en perfecta armonía. La falsa ciencia es algo independiente de Dios. Es ignorancia presuntuosa.
Uno de los mayores males que ha acompañado a la búsqueda del conocimiento, a la investigación de la ciencia, es que aquellos que se ocupan en estas investigaciones pierden de vista con demasiada frecuencia el carácter divino de la religión pura y sin adulterar. Los sabios según el mundo han tratado de explicar, de acuerdo con principios científicos, la influencia del Espíritu de Dios sobre el corazón. El menor paso dado en esta dirección lleva a la mente a los laberintos del escepticismo. La religión de la Biblia es simplemente el misterio de la piedad; ninguna mente humana puede entenderlo plenamente, y es del todo incomprensible para el corazón no regenerado.