«El impío daña a su prójimo con sus labios, pero a los justos los salva la sabiduría» (Proverbios 11:9).
Toledo es una de las ciudades más emblemáticas de España. Recorrer sus calles es retroceder siglos de historia en el tiempo. La ciudad fue centro de los poderes de líderes romanos, musulmanes y cristianos. Durante muchos años, la convivencia entre judíos, cristianos y musulmanes fue parte de la vida de la Jerusalén occidental, como es conocida. Pero un día llegaría la Santa Inquisición, impulsada por Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, los llamados Reyes Católicos, después de haber expulsado de España a judíos y árabes. La institución sembró el terror en tierras ibéricas y se encargó de perseguir, torturar y asesinar a las personas que eran acusadas de tener opiniones distintas a las de la Iglesia Católica. La tolerancia dejó de existir en Toledo. Los que antes eran vecinos amigables, ahora se habían convertido en enemigos. La plaza de Zocodover se volvió escenario de muerte y crueldad. Ahí se celebraron varios autos de fe que acabaron con la vida de mucha gente.
A los inquisidores les bastaba con una ligera acusación de un vecino, un amigo o un familiar en contra de una persona para desatar su furia sobre el acusado. Entrar en una cárcel de la Inquisición era casi renunciar a la vida. Además, el proceso contra un sospechoso era secreto, ya que ni siquiera se sabía quiénes eran los informantes y acusadores. Tampoco se concedía un interrogatorio a testigos o peritos de todas las partes implicadas en el proceso. No se permitía ver las actas, de forma que se impedía conocer los preliminares. Resultaba inútil una apelación a un tribunal independiente. En otras palabras, la meta del proceso no era averiguar la verdad, sino el sometimiento a la doctrina romana, la cual se identificaba como la única verdad.
Quienes lograban salir de una prisión de la Inquisición llevaban para siempre la huella del tribunal en su salud (muchos quedaban con lesiones de por vida), su situación económica (eran obligados a pagar multas que los dejaban en la ruina) y su reputación (eran obligados a usar un sambenito, vestimenta de oprobio, durante un tiempo). Pero todo se iniciaba con un comentario en contra de una persona. Mucha gente aprovechó esas circunstancias para dañar a sus vecinos y vengar viejas rencillas o canalizar envidias personales.
¿Te das cuenta del daño que puedes causar con tus palabras? Es tan fácil hablar y criticar a los demás a la ligera. Así se llega a destruir la vida de mucha gente.
Esta mañana pídele a Dios que te ayude a no hacer comentarios negativos de los demás. Él te ayudará.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Jóvenes 2020 «Una Nueva Versión de Ti» Por: Alejandro Medina Villarreal Colaboradores: Israel Esparza & Ulice Rodriguez