La repetición de expresiones prescritas y formales mientras el corazón no siente la necesidad de Dios, es comparable con las «vanas repeticiones» de los gentiles.
La oración no es expiación del pecado, y de por sí no tiene mérito ni virtud. Todas las palabras floridas que tengamos a nuestra disposición no equivalen a un solo deseo santo. Las oraciones más elocuentes son palabrería vana si no expresan los sentimientos sinceros del corazón. La oración que brota del corazón ferviente, que expresa con sencillez las necesidades del alma así como pediríamos un favor a un amigo terrenal esperando que lo hará, ésa es la oración de fe. Dios no quiere nuestras frases de simple ceremonia; pero el clamor inaudible de quien se siente quebrantado por la convicción de sus pecados y su debilidad llega al oído del Padre misericordioso (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 74, 75).
El Señor Jesús mismo, cuando habitó entre los hombres, oraba frecuentemente. Nuestro Salvador se identificó con nuestras necesidades y flaquezas al convertirse en un suplicante que imploraba de su Padre nueva provisión de fuerza, para avanzar vigorizado para el deber y la prueba. Él es nuestro ejemplo en todas las cosas. Es un hermano en nuestras debilidades, «tentado en todo así como nosotros», pero como ser inmaculado, rehuyó el mal; su alma sufrió las luchas y torturas de un mundo de pecado. Como humano, la oración fue para él una necesidad y un privilegio. Encontraba consuelo y gozo en la comunión con su Padre. Y si el Salvador de los hombres, el Hijo de Dios, sintió la necesidad de orar, ¡cuánto más nosotros, débiles mortales, manchados por el pecado, no debemos sentir la necesidad de orar con fervor y constancia!
Nuestro Padre celestial está esperando para derramar sobre nosotros la plenitud de sus bendiciones. Es privilegio nuestro beber abundantemente en la fuente del amor infinito. ¡Cuán extraño es que oremos tan poco! Dios está pronto y dispuesto a oír la oración de sus hijos, y no obstante hay de nuestra parte mucha vacilación para presentar nuestras necesidades delante de Dios. ¿Qué pueden los ángeles del cielo pensar de unos seres humanos pobres y sin fuerza, sujetos a la tentación, y que sin embargo oran tan poco y tienen tan poca fe, cuando el gran Dios lleno de infinito amor se compadece de ellos y está pronto para darles más de lo que pueden pedir o pensar? Los ángeles se deleitan en postrarse delante de Dios y en estar cerca de Él. Es su mayor delicia estar en comunión con Dios; y con todo, los hijos de los hombres, que tanto necesitan la ayuda que solo Dios puede dar, parecen satisfechos con andar privados de la luz de su Espíritu y de la compañía de su presencia (El camino a Cristo, pp. 93, 94).
Los que permanecen en Jesús, tienen la seguridad de que
Dios los oirá, porque a ellos les complace hacer su voluntad. No Ofrecen una oración formal, que es mera palabrería, sino que acuden a Dios con una confianza fervorosa y sencilla, como un hijo a un padre tierno, y derraman ante él la historia de sus dificultades, temores y pecados, y presentan sus necesidades en el nombre de Jesús; se retiran de su presencia gozándose en la seguridad del amor perdonador y de la gracia sustentadora (Nuestra elevada vocación, p. 149).
Notas de Ellen G. White para la Escuela Sabática 2020.
3er. trimestre 2020 “HACER AMIGOS PARA DIOS”
Lección 4: «EL PODER DE LA ORACION»
Colaboradores: Rosalyn Angulo & Esther Jiménez