No es cierto que los jóvenes brillantes alcanzan siempre el mayor éxito. ¡Con cuánta frecuencia se ha colocado en puestos de confianza a hombres de talento y educación y han resultado un fracaso! Su brillo tenía la apariencia del oro; pero cuando se lo probó, no resultó ser más que oropel y escoria. Fracasaron en su trabajo a causa de su infidelidad. No fueron industriosos y perseverantes y tampoco fueron hasta el fondo de las cosas. No estuvieron dispuestos a comenzar desde la parte inferior de la escalera y con trabajo paciente ascender peldaño tras peldaño hasta alcanzar la cumbre. Anduvieron al resplandor de las chispas (sus vivos resplandores de pensamiento) producidas por ellos mismos. No dependieron de la sabiduría que solamente Dios puede dar. Su fracaso no se debió a su falta de oportunidad, sino a su carencia de seriedad. No percibieron que sus ventajas educacionales les eran valiosas, y así no avanzaron, como podrían haberlo hecho, en el conocimiento de la religión y la ciencia. Su mente y carácter no fueron equilibrados por los altos principios de la rectitud.—La Educación, 379.