«Dios se acordó entonces de Noé y de todos los animales salvajes y domésticos que estaban con él en el arca. Hizo que soplara un fuerte viento sobre la tierra, y las aguas comenzaron a bajar» (Gén. 8:1).
Cuando era niña, teníamos una pequeña chihuahua llamada Ponchita. Mi hermana y yo la vestíamos con ropa de bebé, la acostábamos de espaldas
en nuestro viejo cochecito y la llevábamos de paseo por el vecindario. La gente miraba nuestro «bebé» y se reía. Ella se quedaba allí adentro con una dulce mirada de tolerancia. Nunca se quejaba de nada que le que le hiciéramos,así que generalmente la incluíamos en nuestros juegos.
Luego de la muerte de Ponchita, queríamos otro perro con esa posición amable, así que solicitamos otra chihuahua del mismo criador. Pero esta, a quien llamamos Tootsie (en honor a una marca de dulces), no se parecía en nada a Ponchita. Aunque se suponía que venían de la misma línea genética, ella nos gruñía y mordía cuando nos acercábamos.
Cada vez que lográbamos desprenderla de nuestros dedos y veíamos la sangre y las marcas de dientes, extrañábamos a Ponchita. Ella había tenido todas las características de un buen perro y de un buen amigo.
Hace poco leí una lista llamada: «Cosas que podemos aprender de un perro». Estas son algunas lecciones:
Cuando un ser querido llegue a tu casa, sal siempre corriendo a saludarlo.
Come con gusto y entusiasmo.
Sé leal.
Evita morder cuando un simple gruñido sea suficiente.
Juega todos los días.
Si lo que quieres está enterrado, cava hasta encontrarlo.
Salta de alegría cuando estés contento.
Cuando alguien tenga un mal día, quédate en silencio, siéntate cerca y apoya tu cabeza sobre él con cariño.
Disfruta el simple gozo de una larga caminata; y bebe mucha agua.
No importa cuán a menudo te reten, no te sientas tan culpable. Vuelve y haz amigos.
Quizás hoy deberíamos tirarnos al suelo y aprender algunas lecciones de nuestras mascotas. Lori