«El que oprime al pobre ofende a su creador, pero honra a Dios quien se apiada del necesitado» (Prov. 14:31).
Hoy es el Día de la Bastilla, un feriado nacional en Francia. Podrías pedirles a tus padres que hoy te liberen de realizar tareas hogareñas en honor al porcentaje de sangre francesa que pueda fluir por tus venas. Luego cuéntame cómo te va con eso.
El Día de la Bastilla conmemora la Revolución Francesa, cuando el pueblo de Francia forzó un cambio vertiginoso en el gobierno. Hasta ese momento, el rey, los nobles y la Iglesia Católica estaban a cargo de todo. También eran los dueños de todo, incluyendo la tierra. La gente que trabajaba la tierra estaba a tal punto bajo el control de los dueños que eran apenas un poquito más que esclavos.
La Iglesia Católica se había convertido en una gran máquina de hacer dinero. Todos estaban obligados a pagarles un impuesto del diez por ciento, lo quisieran o no. Los hijos de los nobles pagaban sobornos para obtener trabajos eclesiales y así vivir rodeados de lujos. Algunos de ellos sabían tanto de la Biblia como tu mascota.
Mientras que la mayoría de la gente era terriblemente pobre, el rey y sus nobles vivían en una extravagancia indignante. Los nobles gastaban veinte mil dólares en ropa y se negaban a usar la misma dos veces. También competían para ver quién tenía más sirvientes a la mesa de la cena. Mientras cenaban comida exótica, como chocolate, que había sido enviada desde el otro lado del mundo por un costo elevado, la gente común sufría hambrunas.
Cuando la reina de Francia, María Antonieta, oyó que su pueblo, hambriento, pedía pan, ella respondió: «Déjenlos comer pastel». Su frase llegó a ser un ejemplo de la crueldad y la insensibilidad de la realeza.
Comenzando en París, el pueblo francés se rebeló contra el rey, Luis XVI. También rechazaron a la Iglesia Católica y confiscaron todas las propiedades que la habían hecho rica. Decenas de miles de hombres y mujeres, incluyendo a la reina, fueron enviados a la guillotina.
Con esto, me pregunto cuán diferente habría sido la historia francesa si los dirigentes de la Iglesia Católica hubieran vivido imitando a Jesús en vez de acumulando dinero. Con el espíritu correcto de generosidad, quizá todos hubieran podido comer pastel. Kim