Cristo era la luz del mundo. Era la fuente de todo conocimiento. Era capaz de hacer idóneos a los incultos pescadores para recibir el elevado cometido que quería darles. Las lecciones de verdad impartidas a estos hombres humildes fueron de poderoso significado. Habían de conmover al mundo. Parecía cosa sencilla para Jesús relacionar a estas humildes personas consigo, pero fue un acontecimiento que produjo formidables resultados. Sus palabras y obras habían de revolucionar al mundo.
Jesús no despreciaba la educación. La cultura superior de la mente, si está santificada por el amor y el temor de Dios, recibe su completa aprobación. Los hombres humildes escogidos por Cristo estuvieron tres años con él, sujetos a la refinadora influencia de la Majestad del cielo. Cristo fue el mayor educador que jamás haya conocido el mundo.
Dios aceptará a los jóvenes con sus talentos y su caudal de afecto si quieren consagrarse a él. Pueden alcanzar el más elevado punto de grandeza intelectual, y si están equilibrados por el principio religioso, pueden llevar a cabo la obra que Cristo vino del cielo a realizar, y ser así colaboradores con el Maestro.
Los estudiantes de nuestros colegios tienen valiosos privilegios, no sólo para obtener el conocimiento de las ciencias, sino también para aprender a cultivar y practicar virtudes que les darán caracteres simétricos. Son los responsables agentes morales de Dios. Dios confía al hombre los talentos de la riqueza, la posición social y el intelecto, para que los aproveche sabiamente. Ha distribuido estos diversos dones proporcionalmente a la capacidad y las facultades conocidas de sus siervos, encomendando a cada uno su obra (Review and Herald, junio 21, 1887).