Fue así como Dios sacó a su pueblo escogido, entre gritos de alegría, y les dio las tierras de otras naciones y el fruto del trabajo de otros pueblos. Salmo 105:43-44.
Eran como las cuatro de la tarde cuando Bienvenida tocó a la puerta de nuestra casa, en medio de un torrencial aguacero. Ella tenía un nombre muy particular e igual de particular era también su forma de ser. Nos saludó a mi mamá y a mí con una gran sonrisa, Venía con su pequeño y los invitamos a entrar en nuestra casa.
Bienvenida no tenía esposo ni familiares. Su mundo giraba en torno a su hijito Jonathan y a sus estudios, que se costeaba con mucho trabajo y esfuerzo. Siempre, pero siempre, estaba gozosa. En esa ocasión, como si nosotras y no ella fuéramos las invitadas, nos dijo:
‑Bueno, vamos a cantar y a orar para dar gracias a Dios porque llegarnos con bien.
Cualquier otra persona habría pedido una toalla para secarse un poco primero, pero ella decidió orar y alabar a Dios de inmediato, sin perder un instante. Se podía notar que la alabanza a Dios era la clave de su vida.
Bienvenida nos conmovía profundamente cada vez que nos la encontrábamos, porque nos hablaba de sus pruebas y siempre lo hacía con una enorme sonrisa en los labios, como quien se alegra de ser partícipe de las aflicciones que vivió Jesucristo en esta tierra. Bendecía a Dios por las dificultades de la vida y levantaba sus manos hacia el cielo en señal de agradecimiento.
Pasaron varios años en los que no volvimos a saber nada más de ella, hasta que una mañana, mi madre entró a un hospital y, para su sorpresa, se encontró a Bienvenida vestida con su uniforme blanco. Se había licenciado ya y trabajaba como enfermera. Abrazó a mi madre con su sonrisa especial y, como lo había hecho siempre, comenzó a contarle cuán grandes cosas había hecho Dios por ella en aquellos años en que no se habían visto.
¿No es maravillosa la relación que existe entre Dios y sus hijas que lo alaban? Yo creo que sí, y por eso mismo la Biblia nos hace la invitación: «¡Vengan, y rindámosle adoración! ¿Arrodillémonos delante del Señor, nuestro Creador!» (Sal. 95:6, RVC). «¡Que todo lo que respira alabe al Señor! ;Aleluya!» (SaL 150:6, RVC).
Querida amiga, ¿aceptarás hoy la invitación a adorar a Dios y alabarlo, sean cuales sean las circunstancias de tu vida?