“Imiten al Hijo del Hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mat. 20:28, RVC).
John F. Kennedy estaba a punto de convertirse en el presidente más joven de la historia de los Estados Unidos. En su discurso de investidura, en 1961, quiso hacer un llamado al optimismo y el valor de la juventud para hacer del mundo un lugar mejor.
Donna Shalala escuchó el discurso por la televisión en una habitación llena de alumnos universitarios de primer año. Era una buena alumna, y estaba considerando si anotarse en un posgrado o en La facultad de Derecho. Cuando lo escuchó decir: «No pregunten qué puede hacer su país por ustedes; pregunten qué pueden hacer ustedes por su país», Donna sintió que el presidente le estaba hablando directamente a ella. Más adelante, esas palabras la impactaron «como un chorro de agua fría». Así que cambió sus planes de desarrollo profesional y se unió a los Cuerpos de Paz, que organizaban voluntarios para ayudar a personas en otros países.
Donna fue a un poblado de casas de barro en el sur de Irán. Todos los iraníes sabían que estos voluntarios habían sido enviados a ayudarlos por un «enérgico presidente joven». Y por eso, dice ella, eran bienvenidos.
Donna enseñó en un colegio de agricultura por dos años antes de volver a los Estados Unidos, donde progresó en el servicio público hasta ser nombrada Secretaria de Salud y Servicios Humanos del gobierno a nivel nacional.
La famosa frase del presidente Kennedy es solo otra forma de expresar algo que Jesús les dijo a sus discípulos hace mucho tiempo: «El Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir». Él estaba señalando la verdad de más satisfacción en ayudar a los demás que en tomar algo para uno mismo. Kim