Teniendo en cuenta la luz que Dios ha dado, es maravilloso que no haya veintenas de hombres y mujeres jóvenes que pregunten: “Señor, ¿qué quieres que haga?”1 Es un error peligroso imaginar que a menos que un joven haya decidido dedicarse al ministerio, no se requiere de él esfuerzo especial para prepararse para la obra de Dios. Cualquiera sea vuestra vocación, es esencial que mejoréis vuestras aptitudes mediante el estudio diligente.
Se debería instar a los jóvenes de ambos sexos a apreciar las bendiciones celestiales de las oportunidades, para llegar a ser bien disciplinados e inteligentes. Deberían sacar ventaja de las escuelas que han sido establecidas con el propósito de impartir lo mejor del conocimiento. Es un pecado ser indolente y negligente en la adquisición de una educación. El tiempo es corto, y por lo tanto, como el Señor ha de venir pronto a finalizar las escenas de la historia de la tierra, hay tanto mayor necesidad de aprovechar los privilegios y las oportunidades actuales.