El corazón humano no puede conocer la felicidad hasta que se somete para ser moldeado por el Espíritu de Dios. El Espíritu conforma el alma renovada según el modelo, Jesucristo. Mediante su influencia, la enemistad contra Dios se cambia en fe y en amor, y el orgullo en humildad. El alma percibe la belleza de la verdad, y Cristo es honrado en la excelencia y la perfección del carácter. —Nuestra Elevada Vocación, 154 (1896). No hay en nuestra naturaleza impulso alguno ni facultad mental o tendencia del corazón, que no necesite estar en todo momento bajo el dominio del Espíritu de Dios. —Historia de los Patriarcas y Profetas, 446 (1890).
El Espíritu ilumina nuestras tinieblas, informa nuestra ignorancia, y nos ayuda en nuestras múltiples necesidades. Pero la mente debe buscar a Dios en forma constante. Si se permite que la mundanalidad entre en ella, si no tenemos deseos de orar, ni deseos de estar en comunión con él, quien es la fuente de la fortaleza y la sabiduría, el Espíritu no permanecerá en nosotros.Nuestra Elevada Vocación, 156 (1904).