«El Señor aborrece las ofrendas de los impíos, pero recibe con agrado la oración de los rectos» (Proverbios 15:8).
En 1513, el príncipe Alberto de Brandeburgo llegó a ser el arzobispo de Magdeburgo y administrador de la diócesis de Halberstadt con tan solo 23 años. Un año después era también el arzobispo de Maguncia y el primado de Alemania. Alberto era un prelado sumamente poderoso que disfrutaba de beneficios políticos y económicos fabulosos. Por si fuera poco, su responsabilidad le permitía participar en la elección del emperador de Alemania, una prerrogativa restringida a muy pocas personas e idónea para recibir todo tipo de privilegios y dádivas. La acumulación de tantos cargos era contraria al derecho canónico, por lo que necesitaba de una dispensa papal. El papa le pidió 24.000 ducados, una enorme cantidad de dinero. Además, ofreció a Alberto la concesión de la venta de las indulgencias en sus territorios. Así, Alberto lograría pagar al papa la dispensa para obtener su ansiado arzobispado, pero los Fugger (banqueros alemanes) se asegurarían de efectivo, lo cual garantizaba un adelanto de parte de la posterior ganancia de las indulgencias; asimismo, el emperador Maximiliano se beneficiaría con parte de los derechos y, como digno colofón, el pontífice romano se llevaría la mitad de los ingresos, con lo que planeaba la edificación de la basílica de San Pedro.
La oferta era muy atractiva: remisión de pecados y penas temporales, derecho de elegir al confesor e indulgencia plenaria para las almas que están en el purgatorio, por supuesto, previo pago de unas cuantas monedas. Para atraer compradores se designó a Johannes Tetzel, un monje dominico, quien montaba todo un espectáculo religioso para persuadir a la gente para adquirir el anhelado documento. Estas acciones levantaron la indignación de varios pensadores, pero sería Martín Lutero, un humilde monje agustino, quien se levantaría con gran valor para combatir este tipo de ideas y enfrentarse al papa y sus enviados, denunciando estos abusos. El papa y sus soberbios prelados menospreciaron a Lutero y trataron de hacerlo a un lado. Pero nunca imaginaron que dicha situación sería el motor de lo que se conoció como la Reforma protestante, que impulsaba el concepto de la salvación por la fe y no por obras.
Pretender ser salvos a través de acciones humanas es un engaño. Nadie puede obtener la salvación a través de sus obras. Si podemos ser salvos por obras, ¿para qué queremos a Jesús? Pero aceptamos a Jesús en nuestras vidas precisamente porque no podemos hacer nada para ser salvos.
Este día dale al Señor lo mejor de tu vida y déjalo actuar en tu corazón.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Jóvenes 2020
«Una Nueva Versión de Ti»
Por: Alejandro Medina Villarreal
Colaboradores: Israel Esparza & Ulice Rodriguez