«Las riquezas malvadas no son de provecho, pero la justicia libra de la muerte» (Proverbios 10:2).
Jericó era una ciudad llena de comercios y actividad económica. En realidad, era uno de los principales centros de recaudación de impuestos de Palestina. Una diminuta y siniestra figura se movía en los sectores más influyentes de la región. Se trataba de Zaqueo, un hombre que tenía uno de los empleos mejor remunerados de la época: era nada más y nada menos que el jefe de los publicanos. El gobierno romano recibía de él unos novecientos talentos al año a cambio de la concesión de cobrar impuestos al pueblo, recuperar su inversión y obtener sustanciosas ganancias. Zaqueo y sus hombres podían cobrar impuestos sobre lo que quisieran: entradas y salidas de la ciudad, posesiones personales, bienes inmuebles, entre otros. Lo anterior se prestaba para todo tipo de abusos. Imagínate, si una persona podía ganar en toda su vida uno o dos talentos, ¡Zaqueo podía invertir novecientos cada año para después duplicarlos! En muy poco tiempo se había vuelto un hombre muy rico.
Zaqueo era la imagen del éxito. Tenía poder, dinero e influencia. No tenía escrúpulos ni principios morales para esquilmar a la sociedad. Había amasado una enorme fortuna a costa del abuso y la corrupción en contra de la población. Pero ni sus vestidos finos, ni su lujosa residencia, ni sus suculentos banquetes, ni las atenciones de la servidumbre lo libraban de una profunda infelicidad. Se sentía solo y despreciado por la gente. ¿Cómo era posible que siendo tan rico no se sintiera satisfecho? La Biblia tiene la respuesta: «Quien ama el dinero, de dinero no se sacia; quien ama las riquezas nunca tiene suficiente» (Eclesiastés 5: 10, NVI). Jesús dijo que la vida de los seres humanos no consiste en la cantidad de bienes que uno posee (Lucas 12: 15).
Un día, el jefe de los publicanos se enteró de que Jesús estaría en Jericó y decidió encontrarse con él. Sin embargo, la multitud que iba con el Señor le impidió acercarse. Pero su deseo de aproximarse a Cristo fue tal que trepó a un árbol para verlo pasar. Entonces, Jesús se detuvo y le pidió que descendiera, ya que ese día estaría en su casa. Emocionado, Zaqueo recibió al Señor en su hogar y le prometió que devolvería todo lo que había robado.
El fraude y la mentira no conducen a la felicidad. Pueden otorgar ventajas temporales, pero nunca brindarán la paz y serenidad que solo Dios da a quienes le sirven de corazón.
Este día recibe al Señor en tu corazón y deja que transforme tu vida.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Jóvenes 2020
«Una Nueva Versión de Ti»
Por: Alejandro Medina Villarreal
Colaboradores: Israel Esparza & Ulice Rodriguez