Y dijo una de ellas: «¡Ah, señor mío! Yo y esta mujer morábamos en una misma casa, y yo di a luz estando con ella en la casa. Aconteció al tercer día después de dar yo a luz, que esta dio a luz también, y morábamos nosotras juntas; ninguno de fuera estaba en casa, sino nosotras dos en la casa. 1 Reyes 3:17, 18.
Las rameras ante el rey Salomón
Del juicio de este joven rey pendía el futuro de tres vidas. Pero su alcance sería extenso. Sentaría un precedente, ya de justicia o de injusticia, ya de horror o de ternura. ¿Cuál era el dilema?
«Y una noche el hijo de esta mujer murió, porque ella se acostó sobre él. Y se levantó a medianoche y tomó a mi hijo de junto a mí, estando yo tu sierva durmiendo, y lo puso a su lado, y puso al lado mío su hijo muerto. Y cuando yo me levanté de madrugada para dar el pecho a mi hijo, he aquí que estaba muerto; pero lo observé por la mañana, y vi que no era mi hijo, el que yo había dado a luz» (l Reyes 3:19-21).
Dos mujeres rameras reclamaban al hijo vivo. Buscaban quién les hiciera justicia y decidiera lo que para ningún juez sería causa de gozo: ¿Quién era la verdadera progenitora?
El enigma perturbó a la corte y a cada oyente. El suspenso aumentó en la sala del rey. El corazón de la verdadera madre latía sin control. ¡Parecía que iba a salírsele del pecho! ¿Cómo comprobar su identidad? ¿Qué sucedería con su hijo? No pesaba ante ella tanto el saberse sin ayuda para su futuro, como el bienestar presente y futuro del fruto de sus entrañas.
Ahora necesitaba el rey de la sabiduría divina. ¡Para este momento lo había capacitado de antemano Dios! ¿Cómo descubrir la verdad?
—Traed una espada. ¡Partid al niño vivo y dad la mitad a cada una! —ordenó el sabio rey (vers. 24, 25).
El corazón y las entrañas de la auténtica madre se conmovieron hasta lo sumo. Prefería ver a su hijo en manos de otra mujer, que verlo muerto. Decidida, interrumpió la orden y suplicó misericordia para su criatura indefensa.
— ¡Ah, señor mío! Dad a esta el niño vivo, y no lo matéis.
—Ni a mí ni a ti —dijo la otra ramera.
— ¡Dad a aquella el niño vivo!— dijo Salomón (vers. 26, 27). ¡El amor habló sabiduría y verdad!— Rhodi Alers de López