Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió. Hechos 7:60.
Esteban sangraba. Las piedras lanzadas por sus enemigos habían realizado su obra asesina. Desfalleciente, con el último aliento, hace un esfuerzo milagroso para arrodillarse y elevar su última oración: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado» (Hech. 7:60). Estas palabras son un eco de las que pronunció Jesús en la Cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Luc. 23:34).
¡Un eco! ¡Pero solo un eco! Otra es la esencia de la oración de Jesús. Esteban no tiene la intención de leer y juzgar los pensamientos y los motivos de quienes lo apedreaban. No debe ni puede. Pero sí estuvieron patentes, y expuestas ante Cristo, las intenciones malévolas de esas marionetas ciegas que respondían a las órdenes de Satanás. Jesús debía y podía indagar hasta lo más profundo del alma para constituirse en Salvador de la humanidad. Él sabía lo que decía cuando expresó: «No saben lo que hacen». En la misma humillación de la Cruz, Cristo habla como el que conoce las profundidades ocultas del alma humana y, por lo tanto, se siente apto para llevar los pecados.
Esteban dice: «No les tomes en cuenta este pecado», porque ante él se había abierto el cielo y había visto al Hijo junto a su Padre (Hech. 7:56). Confiaba en los méritos de Jesús para salvarlo. Sabía que su muerte era ganancia, como lo fue para el apóstol Pablo (Fil. 1:21).
Si estuvieras al borde de la muerte, ¿tendrías la convicción de Esteban?
El Nuevo Testamento casi nunca habla de la muerte de un cristiano como muerte, sino como un sueño. Pero esa expresión nunca se emplea en referencia a la muerte de Jesucristo. Él murió para que tú y yo vivamos. Él padeció «la segunda muerte». No soportó solamente el dolor físico, sino que recibió todo el veneno del aguijón del pecado sobre sí. Por él, el rostro asqueroso de la muerte se transformó, en el arte cristiano, en la dulce figura de un ángel
Que trae un sueño
Hoy, gracias a Cristo, tú puedes descansar, en la hora final, como un niño agotado en el regazo de su madre.
Oración: Señor, gracias por morir mi muerte eterna.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2019 «Las Oraciones más Poderosas de la Biblia» Por: Ricardo Bentacur Colaboradores: Rosalba Barbosa & Gladys Cedano