La reina Vasti no quiso comparecer a la orden del rey. Ester 1:12.
Si fueras la reina de todo el mundo conocido, ¿arriesgarías tu corona por cuidar tu honor? Ese dilema le fue planteado a Vasti, y eligió el honor. El día que perdió su corona fue cuando más la mereció.
«Nada con medida, todo con exceso», parecía ser el lema de Asuero, el rey de Persia. «León rey» era su nombre, y el placer su obsesión. El libro de Ester registra una fiesta que duró seis meses, y otro festín de una semana para festejar al pueblo de Susa, su capital.
Pero al séptimo día Asuero cometió un error que lo avergonzó ante la corte y a Vasti le costó el trono. Ordenó traer a Vasti ante los cortesanos. Todo lo que el rey poseía era grande y bello. Vasti también. Pero Vasti no obedeció. De nada valieron las súplicas de doncellas y eunucos. Vasti no se exhibiría cual vulgar odalisca ante esos borrachos.
El rey quedó pasmado. El hombre que había incendiado Atenas,* el mismo que bebía en vasos de oro, aquel ante cuya palabra temblaba el mundo, no podía conseguir la obediencia de su mujer. Los cortesanos se miraron entre sí. De pronto, el rey salió de su estupor y reunió a sus consejeros para enfrentar la contingencia. El menos ebrio de todos, Memucán, propuso la gran solución para salvar la institución del machismo:
«Si parece bien al rey, salga un decreto real de vuestra majestad y se escriba entre las leyes de Persia y de Media, para que no sea quebrantado: Que Vasti no venga más delante del rey Asuero; y el rey haga reina a otra que sea mejor que ella. Y el decreto que dicte el rey será oído en todo su reino, aunque es grande, y todas las mujeres darán honra a sus maridos, desde el mayor hasta el menor» (Est. 1:19, 20).
Y Asuero lo hizo. La reina fue destronada y repudiada. Además, el rey envió cartas a toda provincia y en todo idioma conocido, con un mensaje urgente: «Quetodo hombre afirmase su autoridad en su casa» (vers. 22).
No siempre hacer lo correcto será reconocido, pero Dios sí toma en cuenta nuestras decisiones. Cuando te veas en la encrucijada y debas tomar una decisión, pídele a Dios la fortaleza para hacer lo correcto sin importar lo que piensen los demás.
* W. W. Rand, Diccionario de la Santa Biblia (Nashville, TN: Editorial Caribe, 1978), p. 64.