¡Cuan precioso. oh Dios. es tu gran amor! Todo ser humano halla refugio a la sombra de tus alas» (Sal. 36:7).
Estaba en San Francisco, EE. UU., donde había dictado un seminario. Mi amiga Martha y yo teníamos muchos planes sobre qué ver y qué hacer al día siguiente. El tiempo estaba perfecto. Primero fuimos al Mark Hotel, desde cuya cima, en el piso 18, se veía la ciudad y la bahía. Visitamos la famosa catedral Grace. Después, recorrimos la divertida calle Lombard, una de las más inclinadas del mundo. De allí, al Fisherman’s Wharf y al Muelle 39. Luego de almorzar en el muelle, tomamos un ferry, que nos permitió tener una vista ininterrumpida del perfil urbano de la ciudad, navegamos por debajo del Golden Gate y rodeamos Alcatraz, la infame cárcel de la cual nadie escapó con éxito.
Nuestro día ya estaba terminando, pero no antes de visitar el Japanese Tea Garden [Jardín de té japonés]. Al salir de los jardines, noté un pequeño problema con nuestro auto al retroceder, pero no le di mucha importancia porque avanzaba perfectamente. Nos sumamos al tráfico pesado y comenzamos el viaje de tres horas hasta Fresno. Después de cenar, descubrí que retroceder se había vuelto un problema mucho mayor; pero seguía avanzando muy bien, así que continuamos camino a un poco más de 100 km/h.
A causa del problema con la marcha atrás, estacioné frente a la casa. Al aminorar la marcha para detenerme, me estrellé con fuerza contra algo. Como no había nada que pudiera golpear, me bajé para buscar el problema. Entonces, vi que la rueda delantera derecha había golpeado el cordón de la vereda, mientras la rueda delantera izquierda estaba dirigida al frente. iLas dos ruedas delanteras apuntaban en direcciones diferentes! Al día siguiente remolcaron el auto y descubrieron que el problema lo había ocasionado un tirante roto.
Repasé en mi mente por dónde había viajado: las calles empinadas y torcidas, y las autopistas a 100 km/h. Un tirante roto a esa velocidad habría causado que el auto saliera del camino o chocara contra otro vehículo; de cualquier forma, habría causado un gran accidente. Incliné la cabeza y agradecí a Dios por su amante protección.
Es emocionante leer historias de milagros que suceden a otras personas; pero es mucho más emocionante cuando te ocurre a ti: una prueba incontestable del cuidado y la protección de Dios día a día.
NANCY VAN PELT
falleció en el año 2013. Fue autora de libros sobre familia y matrimonio, así como conferencista internacional. Novios, cosa de dos y Matrimonio, cosa de dos, son dos de sus libros publicados por IADPA.