«Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve» (Heb 11:1).
Hablar y predicar sobre la fé es fácil, especialmente cuando todo va bien, el cielo es azul y no se avecina ninguna crisis. Pero ante una crisis, hasta quien predica sobre la fe necesita buscar en lo profundo, para fortalecer su confianza en el Señor.
Mi madre estaba muriendo en Penang, Malasia, cuando me llegó la noticia de que debía ir a casa urgentemente. Me costó mucho trabajo conseguir un vuelo desde Seúl, Corea del Sur, a Singapur; y desde allí, a Penang. La primera fase del viaje, de Seúl a Singapur, estaba confirmada, pero estaba en la lista de espera para viajar de Singapur a Penang. Esa mañana, cuando llegué al aeropuerto de Seúl, usé todos mis poderes de persuasión con la intención de convencer al gerente de que me diera un asiento en el vuelo de Singapur a Penang, pero sus manos estaban atadas.
—Inténtalo en Singapur —me dijo.
Durante las siguientes siete horas no había nada que pudiera hacer. Aun así, mi respuesta humana fue preocuparme sobre qué sucedería en Singapur. ¿Obtendría la conexión?
Es interesante cómo me hablé a mí misma sobre mi fe en el Señor. Sentada en el avión desde Seúl, repetí una y otra vez promesas bíblicas y me entregué mentalmente a Dios. Luego de la comida, el Señor me dio tanta paz en que él se encargaría de cada detalle, que me quedé dormida. Los últimos meses habían sido muy estresantes. La enfermedad de mamá permanentemente estaba en mi mente. Pero el Señor me dio paz y confianza en su guía.
Cuando me desperté, el avión estaba aterrizando. El Señor llevó el avión a la terminal desde la cual salía el siguiente vuelo que debía tomar. En el mostrador de tránsito, comenté a la agente que mi mamá estaba en estado crítico y que tenía que subir a aquel avión. Ella fue muy compasiva y me aseguró que me tendría una consideración especial. Tardó una hora, pero me mantuve ocupada hablando de la fe por teléfono con mi hija. Hasta hicimos algunos planes alternativos, por si no era la voluntad de Dios que tomara aquel vuelo. Nuevamente recordé cómo María y Marta pensaron que Jesús había llegado cuatro días tarde para sanar a Lázaro; pero, alabado sea Dios, él siempre está a tiempo.
Cuando llegó el momento de ir a ver si la agente tenía buenas noticias, yo estaba exultante. Tenía una fe renovada en un Dios que se preocupa. ¡Dios es bueno!
SALLY LAM-PHOOM
es directora del Ministerio Infantil, de la Familia y de la Mujer,