«Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada; por eso yo con rectitud de mi corazón voluntariamente te he ofrecido todo esto, y ahora he visto con alegría que tu pueblo, reunido aquí ahora, ha dado para ti espontáneamente». I Crónicas 29: 17
LOS QUE SIGUEN A JESÚS lo complacen cuando muestran que, aunque humanos, son «participantes de la naturaleza divina» (2 Ped. 1: 4). — El Deseado de todas las gentes, cap. 15, p. 131. Dios no valora a nadie por su fortuna, su educación o su posición social. Los aprecia por la pureza de sus motivos y la belleza de su carácter. — El ministerio de curación, cap. 40, PP. 343. A todos se nos exige perfección moral. Nunca debiéramos rebajar la norma de justicia a fin de contemporizar con malas tendencias heredadas o cultivadas. Necesitamos comprender que la imperfección de carácter es pecado. En Dios se hallan todos los atributos justos de carácter como un todo perfecto y armonioso, y cada uno de los que reciben a Cristo como su Salvador personal, tiene el privilegio de poseer esos atributos. Para gloria del Maestro, ambicionemos cultivar todas las gracias del carácter. Debemos agradar a Dios en todos los aspectos de la formación de nuestro carácter. Podemos hacerlo, pues Enoc agradó al Señor aunque vivía en una época degenerada. Y en nuestros días también hay Enocs. — Palabras de vida del gran Maestro, cap. 25, p. 265, 267. «Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte; […] porque Dios se lo llevó, pero antes […] recibió testimonio de haber agradado a Dios». Hebreos I l: 5, NVI