LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Hechos 1:6-8; Lucas 24:25; 24:44-48; Deuteronomio 19:15; Hechos 1:9-26; Proverbios 16:33.
PARA MEMORIZAR: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8).
La misión de Jesús en la Tierra había terminado. Dios pronto enviaría al
Espíritu Santo, quien, al ratificar sus esfuerzos con muchas señales y prodigios, fortalecería y conduciría a los discípulos en una misión que llegaría hasta los confines del mundo. Jesús no podía quedarse con ellos para siempre en carne humana. No solo porque su encarnación le imponía una limitación física en el contexto de una misión mundial, sino también porque, para que el Espíritu llegara, eran necesarias la ascensión de Jesús y su exaltación en el cielo. Sin embargo, hasta la resurrección de Jesús, los discípulos no sabían estas cosas con claridad. Cuando dejaron todo para seguirlo, creían que él era un libertador político que, un día, expulsaría a los romanos de la tierra, restablecería la dinastía de David y restauraría a Israel a su gloria pasada. No era fácil para ellos pensar de otra manera. Este es el tema fundamental de las instrucciones finales de Jesús a los discípulos en Hechos 1. La promesa del Espíritu surge en este contexto. El capítulo también describe el regreso de Jesús al cielo y de qué manera la iglesia primitiva se preparó para el Pentecostés.