«Va vestida defuerzay dignidad y mira con optimismo el porvenir. Abre su boca con sabiduría y su lengua instruye con cariño. Sus hijos se apresuran afelicitarlay su marido entona su alabanza: «Muchas mujeres han hecho proezas, pero tú las superas a todas!»». Proverbios 31: 25-29, LPH
LA MADRE DEBE CULTIVAR la ternura, el optimismo y la alegría. Todo esfuerzo hecho con ese propósito será recompensado con creces en el bienestar físico y el carácter moral de sus hijos. Hay un Dios en lo alto, y la luz y gloria de su trono iluminan a la madre fiel que procura educar a sus hijos para que resistan la influencia del mal. Ninguna otra labor puede igualarse en importancia con la suya. La madre no tiene, a semejanza del artista, ninguna hermosa figura que pintar en un lienzo; ni como el escultor, que cincelarla en mármol. Tampoco tiene, como el escritor, que expresar con expresiones impactantes ninguna gran idea; ni que manifestar, como el músico, algún hermoso sentimiento en melodías. Su tarea es desarrollar con la ayuda de Dios la imagen divina en un alma humana. Hemos de inculcar en nuestros niños desde su más tierna infancia la generosidad y el dominio propio. Enseñémosles a gozar de las bellezas de la naturaleza y a ejercitar sistemáticamente en ocupaciones útiles todas sus facultades físicas y mentales. Hemos de educarlos de modo que lleguen a tener un cuerpo sano y buenos principios morales, una disposición alegre y un genio apacible. Inculquemos en sus tiernas mentes la verdad de que Dios no nos creó para que vivamos meramente para los placeres presentes, sino para nuestro bienestar futuro. Enseñémosles que el ceder a la tentación es dar prueba de debilidad y perversidad, mientras que resistirla denota nobleza y fortaleza. Estas lee ciones serán como semilla sembrada en suelo fértil, y darán fruto que llenará de alegría nuestro corazón. — El ministerio de curación, pp. 259-269.