Pon tu dedo aquí y mira mis manos, Acerca tu mano g métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre «o de fe» (Juan 20:27)
Las cicatrices son marcas que duran toda una vida. Tengo varias en mi cuerpo: cortes, lastimaduras, cirugías, mordidas de perro, y muchas otras.
Cuando pienso en cualquiera de mis cicatrices, casi inmediatamente recuerdo el incidente que la causó. Sin embargo, si fuera posible, no tendría ninguna, ya que ninguna de ellas está en mi cuerpo porque yo la quiera. Y algunas me causan molestia, dolor, lágrimas y sufrimiento.
Pero… algunas cicatrices son necesarias.
En el año 2009, tuve un trasplante de riñón. Recibir un órgano no es algo sencillo. El donante, además de ser especial, debe ser compatible con mi sangre y otras características específicas. iY tiene que estar dispuesto a donar uno de sus riñones!
Mi hermana, en un acto de valor y coraje, hizo ese sacrificio voluntariamente. Y gracias al grandioso amor de Cristo, el trasplante fue un éxito.
Hoy, tanto mi hermana como yo tenemos cicatrices en nuestros cuerpos. La mía me recuerda que gracias al gesto de alguien que me ama, fui liberada de tener que pasar el resto de mi vida atada a una máquina de hemodiálisis. La cicatriz de mi hermana le recuerda su gesto de entrega.
Cristo, el Donante de vida y libertad, se ofreció a sí mismo de una manera incomparablemente mayor. Él no dio solo una parte de sí, sino que se entregó de manera completa, sin reservas, demostrando un amor incondicional.
La Biblia dice que alguien puede llegar a dar su vida por una persona justa y cariñosa, de buen carácter; pero ei hecho es que Cristo murió por nosotros mientras éramos pecadores.
iÉl se entregó! Su cuerpo está repleto de cicatrices, causadas por su amor por ti y por mí. Su entrega nos trajo la vida, liberándonos para siempre de la atroz máquina del pecado.
Las cicatrices del cuerpo de Cristo probarán para siempre la magnitud de su inmensurable amor. Hoy, es mi oración que no solo me sienta conmovida por este gesto divino, sino que también me mantenga siempre a su lado, con confianza y obediencia. ¿Cómo podemos agradecer a nuestro Padre y a otros, como mi hermana, que han hecho tanto por nosotras?
Jussaba ALVES
es educadora y evangelista para niños. Vive en Bahía, Brasil.